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lunes, 19 de febrero de 2018

Jóvenes que nos han regalado sus poemas

y han partido muy pronto de este mundo...

Héctor Ignacio Rodríguez por Jaime Jaramillo Escobar -

https://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/revistaudea/article/viewFile/11207/10274


Cuando le conocí era un joven poeta, enamorado de su Beatriz.
Para ella escribió su único libro, titulado Menos poemas y más besos.
En la poesía las amadas suelen llamarse Laura, Beatriz, Leonor o Marilia.
En ese libro el nombre no resultaba necesario.
Ella sabía que era la única para ese muchacho romántico y apasionado.
Él tocaba en la flauta su romanza de amor y suspiraba por ella. Ella no suspiraba.
No era suspiradora. Él pensaba tener tres hijos con ella: blancos, rubios y preciosos.
Cuando ella le dijo que no, él hizo tres muñecos de madera y los enterró en el jardín de la casa, en un ritual privado de lágrimas y resignación.
Músico además de poeta, trabajaba como ingeniero electricista en el Hotel Nutibara.
La música era su refugio. Ejecutaba la flauta traversa con imaginación y fantasía.
Los músicos son semidioses que hacen cantar la madera y los metales.
Toda mi reverencia por ellos.
En el taller de poesía se dejó coronar —el único— para complacer a los amigos
porque la poesía era su orgullo.
Su fotografía de poeta coronado ilustra la portada de la segunda edición de su libro,
impreso por la Universidad de Antioquia.
Sus amigos lo querían por su noble ademán y su exquisita sensibilidad frente a las artes y la vida. Pasado cierto tiempo ella dijo que sí, y nacieron los tres niños.
Todo iba bien, pero a él lo atropelló una moto cruzando la calle,
y poco después murió por sobredosis de un calmante.
En la moto iban dos hombres. Lo vieron en el suelo y aceleraron, riendo a carcajadas.
A la velación asistió el gerente del Hotel para despedir cortésmente a su empleado.
Sus familiares despedían al padre de los tres niños





JOVENES INQUILINOS
Tener dinero suficiente
para arrendar un apartamento
o una vieja casa del barrio Boston
rodeado de silenciosos y discretos vecinos
luciendo los sábados en las mañanas
sus piernas desnudas mientras riegan el prado y me saludan y piensan
"Este muchacho desentona en las noches cuando canta".

Ver a sus esposas barrer la acera en la semana
mientras escucho a Vivaldi en mi pequeño comedor y medito
en la falta que me hace una mujercita
que pruebe mis sopas de legumbres y charle conmigo
sobre el muchacho muerto en la guerra con la foto de su novia en el bolsillo.
Invitarla un domingo a encerar el piso, lavar la alfombra,
dormir el fin de semana juntos, derretir mantequilla en las tostadas
tener un bebé,
ver gatear el fruto de nuestro amor sobre el piso limpio,
hasta que los amantes comiencen a rastrear las migas
y rompan la magia con sus impertinentes telefonazos
a media noche
el nene llorando ¡ Oh niño
sólo fue a encontrarse con su amante y ya volverá!

O acaso
sea realmente cálido nuestro modesto paraíso
y nos sorprenda Cupido caminando en puntillas
cuidadosamente como por un jardín de flores delicadas
juntos cerrando con cuidado el cuarto de los niños.

Y es aquí en el patio del poema
donde quería detenerte
ahora que los niños dormidos son tan silenciosos
hasta hacerse invisibles.
En esta penumbra te pregunto
¿querrías dejarme grabar mi nombre en tu corazón
y pagar la mitad del mobiliario?



Página del poeta
HÉCTOR IGNACIO RODRÍGUEZ
(8 de marzo 1963 – 24 de abril 1997)
CORONAD A LOS POETAS JOVENES,
PORQUE LOS VIEJOS TIENEN CASPA

Por Jaime Jaramillo Escobar
Tomado de la revista DESHORA, abril 1998

Sensualidad, humor, gracia e ingenio, más encanto, ternura, sorpresa e ironía, fueron las virtudes que impresionaron a los jóvenes de su generación para que el libro Menos poemas y más besos de Héctor Ignacio Rodríguez (Biblioteca Pública Piloto de Medellín, Colección Talleres), agotara en pocas semanas de 1986 los consabidos mil ejemplares de la primera obra de un autor.

La seducción no estaba sólo en aquellas palabras preliminares, sino también en el tema del amor, expresado con la naturalidad, sinceridad y malicia que cautivó a sus lectores, quienes se encargaron de multiplicar la edición por préstamo, fotocopia y robo. Lo que comprueba que a la poesía sólo se le exige que sorprenda, sacuda, maraville, conmueva, emocione, entusiasme, deslumbre, admire y asombre. Nada más. El libro de poemas tiene que tener los pies alados. Si se arrastra, no llega.

Menos poemas y más besos mostró el espléndido nacimiento de un poeta de vibrante sensibilidad, en la línea dominante de influencia norteamericana en que sobresale el excelente escritor Hugo Chaparro Valderrama. Desde entonces se hizo constante la pregunta por un nuevo libro suyo. Pero Héctor Ignacio tenía que responder a su trabajo como ingeniero electricista en el Hotel Nutibara, estaba interesado en perfeccionar el arte de la flauta traversa, y sobre todo, quería formar un hogar. Casó con Beatriz Duarte Gandica. Fueron padres de tres niños: Laura, Manuela y Felipe. La poesía le prometió esperar.

Sus cualidades personales serán la memoria de quienes estuvieron cerca suyo. Había en él cierta tristeza, como en todo buen poeta, que tal vez presagiaba su destino. Sus amigos lo recordamos una noche con aquella romanza de Thelonius Monk, Mi melancólico muchacho.

En el mes de abril en que aparece esta revista conmemoramos un año de la muerte del poeta. De acuerdo con nuestras costumbres, no fueron los dioses quienes lo arrebataron al Parnaso. Fueron dos vulgares motociclistas: lo atropellaron, lo vieron en el suelo y huyeron con groseras risotadas. Dijo: –No me puedo morir... porque los niños están muy pequeños. Y murió.

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