Héctor Ignacio Rodríguez por Jaime Jaramillo Escobar -
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Cuando le conocí era un joven poeta, enamorado de su Beatriz.
Para ella escribió su único libro, titulado Menos poemas y más besos.
En la poesía las amadas suelen llamarse Laura, Beatriz, Leonor o Marilia.
En ese libro el nombre no resultaba necesario.
Ella sabía que era la única para ese muchacho romántico y apasionado.
Él tocaba en la flauta su romanza de amor y suspiraba por ella. Ella no suspiraba.
No era suspiradora. Él pensaba tener tres hijos con ella: blancos, rubios y preciosos.
Cuando ella le dijo que no, él hizo tres muñecos de madera y los enterró en el jardín de la casa, en un ritual privado de lágrimas y resignación.
Músico además de poeta, trabajaba como ingeniero electricista en el Hotel Nutibara.
La música era su refugio. Ejecutaba la flauta traversa con imaginación y fantasía.
Los músicos son semidioses que hacen cantar la madera y los metales.
Toda mi reverencia por ellos.
En el taller de poesía se dejó coronar —el único— para complacer a los amigos
porque la poesía era su orgullo.
Su fotografía de poeta coronado ilustra la portada de la segunda edición de su libro,
impreso por la Universidad de Antioquia.
Sus amigos lo querían por su noble ademán y su exquisita sensibilidad frente a las artes y la vida. Pasado cierto tiempo ella dijo que sí, y nacieron los tres niños.
Todo iba bien, pero a él lo atropelló una moto cruzando la calle,
y poco después murió por sobredosis de un calmante.
En la moto iban dos hombres. Lo vieron en el suelo y aceleraron, riendo a carcajadas.
A la velación asistió el gerente del Hotel para despedir cortésmente a su empleado.
Sus familiares despedían al padre de los tres niños
JOVENES INQUILINOS
Tener dinero suficiente
para arrendar un apartamento o una vieja casa del barrio Boston rodeado de silenciosos y discretos vecinos luciendo los sábados en las mañanas sus piernas desnudas mientras riegan el prado y me saludan y piensan "Este muchacho desentona en las noches cuando canta". Ver a sus esposas barrer la acera en la semana mientras escucho a Vivaldi en mi pequeño comedor y medito en la falta que me hace una mujercita que pruebe mis sopas de legumbres y charle conmigo sobre el muchacho muerto en la guerra con la foto de su novia en el bolsillo. Invitarla un domingo a encerar el piso, lavar la alfombra, dormir el fin de semana juntos, derretir mantequilla en las tostadas tener un bebé, ver gatear el fruto de nuestro amor sobre el piso limpio, hasta que los amantes comiencen a rastrear las migas y rompan la magia con sus impertinentes telefonazos a media noche el nene llorando ¡ Oh niño sólo fue a encontrarse con su amante y ya volverá! O acaso sea realmente cálido nuestro modesto paraíso y nos sorprenda Cupido caminando en puntillas cuidadosamente como por un jardín de flores delicadas juntos cerrando con cuidado el cuarto de los niños. Y es aquí en el patio del poema donde quería detenerte ahora que los niños dormidos son tan silenciosos hasta hacerse invisibles. En esta penumbra te pregunto ¿querrías dejarme grabar mi nombre en tu corazón y pagar la mitad del mobiliario?
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