Buscar este block:

lunes, 31 de agosto de 2015

LA ACTITUD de Loris Malaguzzi


Para escuchar al niño sólo necesitamos escuchar al niño




http://reggioemiliaeducacionestetica.blogspot.com/2011/07/quien-es-loris-malaguzzi-vida-y-obra.html (recuperado  agosto 31 de 2015)
 "Los educandos aprenden por medio de la observación para después desarrollar sus propios proyectos de creación''
  • ''Nada sin alegría"
  • "Si se hacen cosas reales, también son reales sus consecuencias", es decir, las ideas surgen a partir de los acontecimientos y experiencias reales, dando lugar a respuestas y conclusiones reales.
  • ''Las cosas de los niños y para los niños se aprenden solo de los niños''.

ahora otro enlace:

http://supervisef.blogspot.com/2009/09/la-educacion-segun-loris-malaguzzi.html
(recuperado agosto 31 de 2015)

Resultado de imagen para quien es Loris Malaguzzi

El niño tiene cien lenguajes, 
cien manos, cien pensamientos,
cien formas de pensar, de jugar y de hablar,
cien, siempre cien
cien modos de escuchar,de amar, 
cien alegrías para cantar y entender,
cien formas de inventar
cien mundos para soñar. 

El niño tiene cien lenguajes 
pero la sociedad le roba noventa y nueve.
La escuela y la cultura
le separan la cabeza del cuerpo.
Le dicen que piense sin manos 
que haga sin cabeza, 
que escuche y que no hable,
que entienda sin alegrías
que ame y se maraville
solo en semana santa y en navidad.

Le dicen que descubra un mundo
que ya existe,
y de cien le quitan noventa y nueve.
Le dicen que el juego y el trabajo,
la realidad y la fantasía, 
la ciencia y la imaginación, 
el cielo y la tierra,
la razón y el sueño, 
son cosas que no están juntas.

Le dicen en resumen que el cien no existe...
Pero el niño exclama "sin embargo el cien existe".

 Loris  Malaguzzi

- Es un educador que  nació en Correggio (Italia) el 23 de febrero de 1920,
- estudió pedagogía en la universidad de Urbino 
- en 1945 se inicia como profesor en la población de Reggio Emilia, Italia,
 - allí mismo inicia los jardines infantiles para niños de 3 a 6 años
- En 1950 sigue la carrera de psicología

- Muere en 1994
- Aquí van algunas píldoras de su ideario educativo:


Más información sobre este educador:  
 

19 DE SEPTIEMBRE DE 2009

La educación según Loris Malaguzzi


"El niño tiene cien lenguajes, cien manos, cien pensamientos, cien formas de pensar, de jugar y de hablar, cien siempre cien formas de escuchar, de sorprender, de amar, cien alegrías para cantar y entender". Loris Malaguzzi


Una educación que propone escuchar más al niño y hablar menos. Motivar sus “cien lenguajes”, no limitarlos. Y contra lo que piensa la mayoría: menos contenidos y mayor vínculo con el niño. Con la idea de co-construir el aprendizaje con los pequeños humanos, liberada del aprendizaje mecanizado.
"La exposición Los cien lenguajes de la infancia está hecha en contra de cualquier pedagogía profética que sabe todo antes de que suceda. Que enseña a los niños que todos los días son iguales, que no hay sorpresas. Y que enseña a los mayores que tienen sólo que repetir lo que no han podido aprender."


Loris Malaguzzi (1920-1994) es el iniciador e inspirador de la aventura educativa reggiana. Un maestro y pedagogo que dedicó toda su vida a la construcción de una experiencia de calidad educativa que, a partir de una enorme escucha, respeto y consideración de las potencialidades de los niños y niñas, pudiese reconocer el derecho de éstos a ser educados en contextos dignos, exigentes y acordes con dichas capacidades, que las personas adultas no debemos traicionar.
Su trabajo se desarrolla, después de la Segunda Guerra Mundial, en las escuelas infantiles para niños y niñas de 0 a 6 años, para la construcción de un servicio público municipal que ofreciese a niños, niñas, familias, trabajadores y trabajadoras la posibilidad de aprender democráticamente en una comunidad educativa.
La propuesta educativa y la propia identidad pedagógica de esta experiencia se han enriquecido con algunos rasgos importantes que la connotan y que exponemos a continuación:

- La participación de las familias y la gestión social, que, abiertamente, han destruido la idea de separación de la escuela, de la familia y de la sociedad.
- La pedagogía de las relaciones, que ha exaltado la colectividad y la cooperación entre los niños y adultos, superando la idea de la escuela como lugar de aislamientos individualistas, tanto para quien enseña como para quien aprende.
- La teoría de los "Cien lenguajes de los niños", que ha valorado la pluralidad de códigos lingüísticos, venciendo las históricas contraposiciones culturales entre cuerpo y mente, entre acción y pensamiento, entre ciencia y fantasía, etc.
- La práctica de la escucha como contrapuesta a la atávica incapacidad del hombre de poner atención y consideración a las palabras, y a las acciones de los niños.
- La documentación como llave de lectura y de valoración de los procesos de aprendizaje de los niños, y como instrumento de interpretación y de conocimiento del lado oculto del planeta-infancia.
- El redescubrimiento de la creatividad no como una facultad mental distinta, sino como una forma de ser y de pensar de todas las personas.
- El valor de la diversidad y de la complejidad entendidas más como recursos que se deben promover, que como problemas que hay que "alejar".
- La calidad espacio-ambiental descubierta como "lenguaje silencioso", que puede sugerir ideas, socialización, propuestas y bienestar.
- La idea de la organización no como mero aspecto gestionario, sino como parte integrante y elemento decisivo de la cualidad y de las finalidades del proyecto.
- La formación de los educadores confiada, principalmente, al saber que los propios educadores producen, con el convencimiento de que las competencias educativas nacen en interacción con la práctica educativa y que los niños -y quien está con ellos- son, más que consumidores, los primeros productores de una cultura de la infancia.
- La presencia del taller y del atelierista como elemento esencial para asegurar la atención al arte, a la estética, a la investigación visual y a la creatividad.
- La elección de tener una cocina interna propia en cada centro con personal cualificado que participa directamente en la construcción del proyecto educativo.
Sergio Spaggiari
Director de las Escuelas Infantiles Municipales de Reggio Emilia

"Malaguzzi y el valor de lo cotidiano": Ponencia del Dr. Alfredo Hoyuelos e Isabel Cabanellas.

jueves, 20 de agosto de 2015

José Martí: pionero de la literatura infantil

Resultado de imagen para jose marti edad de oroResultado de imagen para jose marti edad de oroResultado de imagen para jose marti edad de oro

NENÉ TRAVIESA / JOSÉ MARTÍ 


JOSÉ MARTÍ(1853-1895), 
un pionero de la literatura infantil en América Latina – 
¿Quién es quién en literatura infantil?
 – Unitrópico lee sin limites - una página selecta


¡Quién sabe si hay una niña que se parezca a Nené! Un viejito que sabe mucho dice que todas las niñas son como Nené. A Nené le gusta más jugar a "mamá", o "a tiendas", o "a hacer dulces" con sus muñecas, que dar una lección de "treses y de cuatros" con la maestra que le viene a enseñar. Porque Nené no tiene mamá: su mamá se ha muerto: y por eso tiene Nené maestra. A hacer dulces es a lo que le gusta más a Nené jugar: ¿y por qué será?: ¡Quién  sabe! Será porque para jugar dulces le dan azúcar de veras: por cierto que los dulces nunca le salen bien de la primera vez: ¡son unos dulces más difíciles!: siempre tiene que pedir azúcar dos veces. Y se conoce que Nené no quiere dar trabajo a sus amigas; porque cuando juega a paseo, o a comprar, o a visitar, siempre llama a sus amiguitas; pero cuando va a hacer dulces, nunca.

 Y una vez le sucedió a Nené una cosa muy rara: le pidió a su papá dos centavos para comprar un lápiz nuevo, y se le olvidó en el camino, se le olvidó como si no hubiera pensado nunca en comprar el lápiz: lo que compró fue un merengue de fresa. Eso se supo, por supuesto; y desde entonces sus amiguitas no le dicen Nené, sino "Merengue de Fresa". El padre de Nené la quería mucho. Dicen que no trabajaba bien cuando no había visto por la mañana a "la hijita". Él no le decía "Nené", sino "la hijita". Cuando su papá venía del trabajo, siempre salía ella a recibirlo con los brazos abiertos, como un pajarito que abre las alas para volar; y su papá la alzaba del suelo, como quien coge de un rosal una rosa. Ella lo miraba con mucho cariño, como si le preguntase cosas: y él la miraba con los ojos tristes, como si quisiese echarse a llorar. Pero en seguida se ponía contento, se montaba a Nené en el hombro, y entraban junto a en la casa, cantando el himno nacional. Siempre traía el papá de Nené algún libro nuevo, y se lo dejaba ver cuando tenía figuras; y a ella le gustaban mucho unos libros que él traía, donde estaban pintadas las estrellas, que tiene cada una su nombre y su color: y allí decía el nombre de la estrella colorada, y el de la amarilla, y el de la azul, y que la luz tiene siete colores, y que las estrellas pasean por el cielo, lo mismo que las niñas por un jardín. Pero no: lo mismo no: porque las niñas andan en los jardines de aquí para allá, como una hoja de flor que va empujando el viento, mientras que las estrellas van siempre en el cielo por un mismo camino, y no por donde quieren: ¿quién sabe?: puede ser que haya por allá arriba quien cuide a las estrellas, como los papás cuidan acá en la tierra a las niñas. Sólo que las estrellas no son niñas, por supuesto, ni flores de luz, como parece de aquí abajo, sino grandes como este mundo: y dicen que en las estrellas hay árboles, y agua, y gente como acá: y su papá dice que en un libro hablan de que uno se va a vivir a una estrella cuando se muere. "Y dime, papá", le preguntó Nené: "¿por qué ponen las casas de los muertos tan tristes? Si yo me muero, yo no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen la música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul". "¿Pero, sola, tú sola, sin tu pobre papá?" Y Nené le dijo a su papá: –"¡Malo, que crees eso!" Esa noche no se quiso ir a dormir temprano, sino que se durmió en los brazos de su papá. ¡Los papás se quedan muy tristes, cuando se muere en la casa la madre! ¡Las niñitas deben querer mucho, mucho a los papás cuando se les muere la madre! Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande: ¡oh, como pesaba el libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su padre vino corriendo, y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que no tenía seis años todavía y quería cargar un libro de cien años. ¡Cien años tenía el libro, y no le habían salido barbas!: Nené había visto un viejito de cien años, pero el viejito tenía una barba muy larga, que le daba por la cintura. Y lo que dice la muestra de escribir, que los libros buenos son como los viejos: "Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo": eso dice la muestra de escribir. Nené se acostó muy callada, pensando en el libro. ¿Qué libro era aquel, que su papá no quiso que ella lo tocase? Cuando se despertó, en eso no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué libro es aquel. Ella quiere saber cómo está hecho por dentro un libro de cien años que no tiene barbas. Su papá está lejos, lejos de la casa, trabajando para ella, para que la niña tenga casa linda y coma dulces finos los domingos, para comprarle a la niña vestiditos blancos y cintas azules, para guardar un poco de dinero, no vaya a ser que se muera el papá, y se quede sin nada en el mundo "la hijita". Lejos de la casa está el pobre papá, trabajando para "la hijita". La criada está allá adentro, preparando el baño. Nadie oye a Nené: no la está viendo nadie. Su papá deja siempre abierto el cuarto de los libros. Allí está la sillita de Nené, que se sienta de noche en la mesa de escribir, a ver trabajar a su papá. Cinco pasitos, seis, siete... ya está Nené en la puerta: ya la empujó; ya entró. ¡Las cosas que suceden! Como si la estuviera esperando estaba abierto en su silla el libro viejo, abierto de medio a medio. Pasito a pasito se le acercó Nené, muy seria, y como cuando uno piensa mucho, que camina con las manos a la espalda. Por nada en el mundo hubiera tocado Nené el libro: verlo no más, no más que verlo. Su papá le dijo que no lo tocase.

El libro no tiene barbas: le salen muchas cintas y marcas por entre las hojas, pero esas no son barbas: ¡el que sí es barbudo es el gigante que está pintado en el libro!: y es de colores la pintura, unos colores de esmalte que lucen, como el brazalete que le regaló su papá. ¡Ahora no pintan los libros así! El gigante está sentado en el pico de un monte, con una cosa revuelta, como las nubes del cielo, encima de la cabeza: no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido con un blusón, como los pastores, un blusón verde, lo mismo que el campo, con estrellas pintadas, de plata y de oro: y la barba es muy larga, muy larga, que llega al pie del monte: y por cada mechón de la barba va subiendo un hombre, como sube la cuerda para ir al trapecio el hombre del circo. ¡Oh, eso no se puede ver de lejos! Nené tiene que bajar el libro de la silla. ¡Cómo pesa este pícaro libro! Ahora sí que se puede ver bien todo. Ya está el libro en el suelo. Son cinco los hombres que suben: uno es un blanco, con casaca y con botas, y de barba también: ¡le gustan mucho a este pintor las barbas!: otro es como indio, sí, como indio, con una corona de plumas, y la flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el cocinero, pero va con un traje como de señora, todo lleno de flores: el otro se parece al chino, y lleva un sombrero de pico, así como una pera: el otro es negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería su papá que ella tocase el libro! No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá. ¡Muy bonito que es este libro viejo! Y Nené está ya casi acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con los ojos. ¡Por poco se rompe la hoja! Pero no, no se rompió. Hasta la mitad no más se rompió. El papá de Nené no ve bien. Eso no lo va a ver nadie. ¡Ahora sí que está bueno el libro este! Es mejor, mucho mejor que el arca de Noé.

Aquí están pintados todos los animales del mundo. ¡Y con colores, como el gigante! Sí, ésta es, esta es la jirafa, comiéndose la luna: este es el elefante, el elefante, con ese sillón lleno de niñitos. ¡Oh, los perros, cómo corre, cómo corre este perro! ¡ven acá, perro! ¡te voy a pegar, perro, porque no quieres venir! Y Nené, por supuesto, arranca la hoja. ¿Y qué ve mi señora Nené? Un mundo de monos es la otra pintura. Las dos hojas del libro están llenas de monos: un mono colorado juega con un monito verde: un monazo de barba le muerde la cola a un mono tremendo, que anda como un hombre, con un palo en la mano: un mono negro está jugando en la yerba con otro amarillo: ¡aquellos, aquellos de los árboles son los monos niños! ¡qué graciosos! ¡cómo juegan! ¡se mecen por la cola, como el columpio! ¡qué bien, qué bien saltan! ¡uno, dos, tres, cinco, ocho, dieciséis, cuarenta y nueve monos agarrados por la cola! ¡se van a tirar al río! ¡se van a tirar al río! ¡visst! ¡allá van todos! Y Nené, entusiasmada, arranca al libro las dos hojas. ¿Quién llama a Nené, quién la llama? Su papá, su papá, que está mirándola desde la puerta.

Nené no ve. Nené no oye. Le parece que su papá crece, que crece mucho, que llega hasta el techo, que es más grande que el gigante del monte, que su papá es un monte que se le viene encima. Está callada, callada, con la cabeza baja, con los ojos cerrados, con las hojas rotas en las manos caídas. Y su papá le está hablando: – "¿Nené, no te dije que no tocaras ese libro? ¿Nené, tú no sabes que ese libro no es mío, y que vale mucho dinero, mucho? ¿Nené, tú no sabes que para pagar ese libro voy a tener que trabajar un año?" Nené, blanca como el papel, se alzó del suelo, con la cabecita caída, y se abrazó a las rodillas de su papá: –"¡Mi papá", dijo Nené, "mi papá de mi corazón! ¡Enojé a mi papá bueno! ¡Soy mala niña! ¡Ya no voy a poder ir cuando me muera a la estrella azul!"




sábado, 8 de agosto de 2015

Caperucita


 Resultado de imagen para caperucita roja y el lobo feroz para colorear

En Casanare se empiezan a enamorar de la literatura infantil. En la red podemos hallar tesoros. Uno es el cuento del escritor colombiano Truinfo Arciniegas sobre caperucita roja. Aquí va elñ enlace y una copia:


Caperucita Roja

Por Triufo Arciniegas

  
Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. 

Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella 

y busqué a alguien para ofrecérsela.

 Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja.

 La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme.

 La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. 

Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo,

 nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano.

 Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de caballo.

 Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. 

Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol 

y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse.

 En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario.

 La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.

Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. 

Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo.

 Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor escondida.

 Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.


—¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?

Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. 

Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia.

 No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, 

pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:

—Quiero regalarte una flor, niña linda.

—¿Esa flor? No veo por qué.

—Está llena de belleza —dije, lleno de emoción.

—No veo la belleza —dijo Caperucita—. Es una flor como cualquier otra.

Sacó el chicle y lo estiró.  Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. 

Se fue sin despedirse.  Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. 

Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.

—Mira mi reguero de lágrimas.

—¿Te caíste? —dijo—. Corre a un hospital.

—No me caí.

—Así parece porque no te veo las heridas.

—Las heridas están en mi corazón —dije.

—Eres un imbécil.

Escupió el chicle con la violencia de una bala.Volvió a alejarse sin despedirse.

Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre 

se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por ninguna parte. 

No tuve valor para subir a la bicicleta.  Me quedé toda la tarde sentado en la pena. 

Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. 

Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer.

 Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos.

Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más 

desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta el pueblo y me tomé unas cervezas.

 “Bonito disfraz”, me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. 

Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. 

Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. 

Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.



Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.


—¿Vas a la escuela? —le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa

 ombliguera y faldita de juguete.

—Estoy de vacaciones —dijo—. ¿O te parece que éste es el uniforme?

El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.

—¿Y qué llevas en el canasto?

—Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?

Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel.

 ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar?

 Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela.

 Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita

y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.

—Corta un pedazo.

Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. 

La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera.

El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. 

Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía

y se transformaba en ardor en el corazón.

—Es un experimento —dijo Caperucita—. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tú apareciste primero.

 Avísame si te mueres.

Y me dejó tirado en el camino, quejándome.

Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. 

Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días.

 Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.

—La receta funciona —dijo—. Voy a venderla.

Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. 

Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, 

huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita

 porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una 

locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador.

 Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo.

 Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:

—Cómete a la abuela.

Abrí tamaños ojos.

—Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.

No podía creerlo.

Le pregunté por qué.

—Es una abuela rica —explicó—. Y tengo afán de heredar.

No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor.

Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, 

sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.

Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su 

abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. 

La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio.

 Por eso me vieron

vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. 

Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. 

Siempre estoy vestido de lobo.

Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia.

Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.

Ni siquiera Caperucita Roja. 

Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio.

 Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela.

 Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto,

y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. 

El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo

 y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.


Resultado de imagen para triunfo arciniegas caperucita rojaResultado de imagen para triunfo arciniegas caperucita roja