José María de la Concepción Apolinar Vargas Vila Bonilla (Bogotá, 23 de julio de 1860-Barcelona, 25 de mayo de 1933), fue conocido como José María Vargas Vila.
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Vargas Vila tuvo liberales radicales y criticó al clero, el conservadurismo y la política de Estados Unidos. En su juventud fue maestro, y participó en las guerras civiles colombianas. Tras la derrota liberal en 1899, se refugió en Los Llanos y luego se exilió en Venezuela, cuando el presidente de Colombia puso precio a su cabeza. En 1899, fundó y dirigió en Caracas, la revista Eco Andino y en 1898, Los Refractarios. En 1891 viajó a Nueva York y trabajó en la redacción del periódico El Progreso. En esta ciudad, trabó amistad con José Martí. Luego fundó la Revista Ilustrada Hispanoamérica, en la que publicó varios cuentos. Hacia 1898 fue nombrado ministro plenipotenciario de Ecuador en Roma y se negó a arrodillarse ante el papa León XIII, afirmando: "no doblo la rodilla ante ningún mortal". En 1902 fundó en Nueva York la revista Némesis, en la que se criticaba al gobierno colombiano de Rafael Reyes y otras dictaduras latinoamericanas, así como la usurpación del Canal de Panamá y la Enmienda Platt. Hacia 1904, el presidente nicaragüense José Santos Zelaya designó a Vargas Vila representante diplomático en España, junto con Rubén Darío. Hacia el final de su vida Vargas Vilas se asentó en Barcelona, ciudad en que murió.
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Con estudios incompletos, José María, se dedicó al periodismo y a la política. Entre las publicaciones que fundó sobresale la revista Némesis, que redactó y dio a la imprenta en Nueva York y en París. Combatió las reformas del presidente Rafael Núñez y tomó parte como secretario del general Daniel Hernández en la revolución de 1884, en la que los radicales fueron aplastados; escondido, José María Vargas escribió sus Pinceladas sobre la última revolución de Colombia: siluetas bélicas, y se refugió en Venezuela, de donde pasó a Estados Unidos.
Vuelto a Venezuela en 1893, fue secretario del presidente Crespo, a cuya caída volvió a emigrar. Nueva York, París, Barcelona, Madrid, Roma y Venecia fueron las ciudades donde residió en diversas etapas de su vida; representó como cónsul al Ecuador en Roma (1894) y a Nicaragua en Madrid (1904), pero en 1923, en plena y discutida gloria, recorrió diversos países de América dando conferencias.
No destacó en su poesía (Pasiosarias) y escribió veintitantas novelas, algunas de las cuales fueron muy leídas, como Aura o las violetas (1887), Flor de fango(1895), Ibis (1900), Las rosas de la tarde (1900) y El cisne blanco, novela psicológica (1917), pero que difícilmente resistirían una crítica seria desde diversos ángulos, pese a las discutibles calidades de su estilo.
Más estimable es su sinceridad demoledora, en busca de una mayor libertad y una mejor justicia, aunque siempre con las infecundas características del francotirador, en sus ensayos, como Césares en la decadencia y La muerte del cóndor, a los que podemos añadir Los providenciales (1892), recogidos después en Los divinos y los humanos (1904), Ante los bárbaros (1902) y Laureles rojos (1906). Dejó también, entre otros muchos escritos, un trabajo sobre Rubén Darío (1917); una Memoriainédita y algunos cuentos en Mis mejores cuentos, que publicó en 1922.
De raíz romántica, formación modernista y temperamento rebelde, atrabilario y egocéntrico, admiró a D'Annunzio y a Nietzsche, pero no supo tomar de ellos lo mejor. Sin embargo, su obsesión liberal y estética, movida por su frustrada ambición creadora, dan a su obra un interés indudable, que podrá discutirse, pero que no se puede silenciar en el estudio de las letras hispanoamericanas.
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ELEGÍA A RUBÉN DARÍO DE JOSÉ MARÍA VARGAS VILA.
Por
Hablo sobre los libros como un lector más pero como un lector sincero, suficiente en este mundo literario amellado por la contra-ideología, convertido en un mercado como cualquier otro y poblado por el engaño y el racismo de los vividores.
He leído tres libros de Vargas Vila: Ante los bárbaros (gracias Édgar Cocherín por recomendármelo), el minotauro y Rubén Darío. Y tengo que decir que me han causado una conmoción tan grande que sin duda lo colocaría como uno de los primeros candidatos al Anti-Nobel, galardón de aquellos que por colosales han sido enterrados (gracias Onel por hablarme de él con el entusiasmo del verdadero amigo) en el cementerio de los innombrables de la patria del nunca.
Incurren en el sofisma quienes descalifican a Vargas Vila, le ponen sordina y lo declaran muerto. Ningún escritor está tan vivo en nuestra lengua después de que han pasado más de cien años de un fulgor poderoso que parece apenas llegado. Lo que le achacan como defectos son en realidad virtudes: donde dice ampulosidad léase fuerza, donde adjetivador malo léase adjetivador único, gloria del arte de adjetivar. Donde no dice nada léase librepensador, rebelde, justiciero, desenmascarador de la astracanada. Bastardo entre los genios de la lengua española condenado por el mayor pecado de todos, el de llegar directo al alma del necesitado y al necesitado de alma.
Su biografía de Rubén Darío, su contemporáneo, su admirador, su amigo personal, con quien compartió tantos momentos, rebosa de lucidez, de alegría, de delicia, de amor, de nobleza. Nada hay aquí de tráfico porque lo detestaba y porque no lo necesitaba, ninguna más cargada de dignidad que la vida de Vargas Vila. Lo reconoció cuando nadie lo reconocía, lo ayudó cuando todos le dieron la espalda, le ofreció el hombro para que llorara sus miedos de supersticioso y sus fracasos de amor. En los últimos capítulos entrega la insuperable interpretación de su obra, sustentada por la humanidad desnuda de los capítulos anteriores. La mayoría de los biógrafos brillan más que la biografía pero Vargas Vila brilla al buscar sólo que brille su amado Rubén Darío, el que “no tuvo discípulos ni rivales”. Creo que esta elegía inédita de Vargas Vila sobre Rubén Darío, llamada El sol de los vencidos, que me honro en publicar por primera vez, se debe contar al lado del Llanto por Ignacio Sánchez Mejía de Federico García Lorca y de la Elegía, a Ramón Sijé, de Miguel Hernández.
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Ficha Bibliográfica
Escritor y periodista nacido en Bogotá, el 23 de junio de 1860, muerto en Barcelona, el 22 de mayo de 1933. Hijo del general José María Vargas Vila y de Elvira Bonilla, José María Vargas Vila fue un autodidacta, no obtuvo ningún grado académico. A los dieciséis años se enroló en las fuerzas comandadas por el general Santos Acosta.
En 1880, ya afianzado en sus convicciones radicales, se fue para Ibagué como maestro de escuela. Al volver a Bogotá, después de haber ejercido su profesión de maestro también en las poblaciones de Guasca y Anolaima, conoció al poeta José Asunción Silva, con quien hizo amistad. Entró como profesor al Liceo de la Infancia, de donde, tras un altercado con el presbítero Tomás Escobar, fue expulsado.
De allí se fue para Tunja, cuando estalló la revolución de 1885, y se enroló en las fuerzas del general Daniel Hernández; tras la derrota se fue a los Llanos y de allí viajó a Maracaibo. En 1877, en Caracas, dirigió la revista Eco Andino, fundada por él. En 1878, junto con Diógenes Arrieta y Juan de Dios Uribe, fundó la revista Los Refractarios.
A la muerte de Arrieta, Vargas Vila pronunció en el cementerio de Caracas la oración fúnebre, considerada una de las piezas claves de la oratoria del divino Vargas Vila. Conminado por el presidente de Venezuela a abandonar el país, Vargas Vila se fue a Nueva York, donde entró a trabajar en la redacción del periódico El Progreso; desde este diario arreció sus ataques contra los tiranos de Colombia y Venezuela.
Al retirarse del periódico, fundó la revista Hispano América, donde publicó varios cuentos que después harían parte del libro Copos de espuma. En 1898 ejerció como ministro plenipotenciario de la República del Ecuador en Roma, y en 1900, en París, inició su amistad con Rubén Darío. Poco a poco, Vargas Vila se alejó de su labor como periodista para dedicarse a la literatura.
Entre 1900 y 1903 escribió Rosas de la tarde e Ibis, narraciones con las que alcanzó una popularidad inmediata en todo el continente latinoamericano. Fundó en 1904 la revista Némesis, en Nueva York, que usó para, a través de su pluma, atacar a las dictaduras latinoamericanas y al imperialismo norteamericano.
Como hijo de su época, Vargas Vila heredó de ella sus pasiones por el credo radical. Criado en los principios del partido radical, y perseguido por los adversarios de su doctrina. Vargas Vila fue un radical intransigente y un anticlerical convencido. En 1905 fijó su residencia en Madrid, y en 1912 se trasladó a vivir a Barcelona, donde permaneció hasta 1923.
Desde Europa viajó con alguna frecuencia a Latinoamérica, donde siempre su llegada causó conmoción. La obra literaria de José María Vargas Vila es una de las más voluminosas, pero bastante desigual en su calidad. Dentro de su producción literaria, podemos destacar las novelas Aura o Las violetas, Flor de fango, y la trilogía Lirio blanco, Lirio rojo y Lirio negro.
A cada aparición de una de sus obras, se levantaban agudas controversias, escándalos y rechazos que lo convertían en un escritor enormemente leído y muy popular. Su técnica novelística fue muy criticada por no ajustarse a los cánones literarios y morales establecidos en ese momento.
Era enemigo declarado de la tradición, de la Iglesia, del gobierno, le encantaban los equívocos, las frases altisonantes, los conceptos atrevidos. Todo lo animaba con un lirismo desenfrenado, según palabras del ensayista Carlos García Prada.
Su lucha como panfletario fue gigantesca: Toca todos los temas, y va desde el dolor profundamente humano hasta la defensa de los ideales patrios [... ] En Los Parias reflexiona acerca de los problemas sociales, en Sombra y sangre se lanza contra la pena de muerte y en Verbo y admonición contra el asesinato de los pueblos y de los hombres.
En Prensa libre polemiza contra los mutiladores del pensamiento, mientras que en Los divinos y los humanos y en Los césares de la decadencia pinta con destreza y condena la época de la Regeneración en Colombia.
Su apasionamiento por la verdad y por la defensa de sus ideales le valió persecuciones en su país, que lo obligaron a desterrarse. Su escrito Las aves negras contra los jesuitas, le costó la excomunión. Dice Mauro Torres en su ensayo sobre Vargas Vila: Era un luchador que había comprometido demasiado su destino y por eso, exigía definiciones y colores encendidos [Vér tomo 4, Literatura, pp. 161-164; y tomo 5, Cultura, p. 156].
MARÍA ISABEL VARGAS ARANGO
Bibliografía
DEAS, MALCOM. José María Vargas Vila, sufragio, selección, epitafio. Bogotá, Banco popular, 1984. TRIVIÑO ANZOLA, CONSUELO. José María Vargas Vila. Colección Clásicos Colombianos. Bogotá, Procultura, 1991.
Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.
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EL SOL DE LOS VENCIDOS
“Llegó a la barca negra./ Y lo vieron hundirse/ en las brumas del lago del misterio/ los ojos de sus cisnes”.
El alma profunda del poeta, parecía hacerse más visible,
en este principio de consunción que era como la de un cirio,
cansado de arder ante el altar de un dios,
que valiera menos que él.
Y mis ojos y mi corazón siguieron con angustia el vuelo
del cisne suave y doliente a través del océano.
No les dejó sino el canto, un canto de crepúsculo,
para resonar en el corazón de la Muerte
y cantar en su agonía, todos los pesares de la Tierra,
miserablemente engañada por el cielo.
Como moscas pútridas, sobre el cuerpo indefenso
de un cisne agonizante, todo lo abyecto, lo infecto,
lo sospechoso, que el oleaje de las guerras americanas,
había arrojado sobre la bella playa catalana,
cayó sobre el Poeta, lo cubrió, lo ahogó, lo devoró…
Me llegaron después ecos de la odisea dolorosa…
El poeta asesinado, no acababa de morir…
¡Como los cisnes tiene dura la vida!
el glorioso cisne iba arrastrado hacia su fin fatal…
hacia la muerte…
la muerte…
ese Ocaso sin entrañas, que devora todos los soles…
la muerte, que es también un sol;
el Sol de los Vencidos.
Conoció el Alma del Dolor, cuando los otros,
no llegaron a conocer, sino el Dolor del alma.
La Vida lo hirió y no lo manchó…
La luz permanece pura, nada puede contra ella,
el verdoso temblor del fango infecto…
la Vida, lo entristeció, no lo envileció;
no pudiendo mancillarlo, se conformó con hacerlo llorar…
como a todos los Poetas…;
¿qué es un Poeta sino una copa de lágrimas,
en la cual se refleja el corazón del Sol?...
ningún dios ha muerto sin llorar…
como los hombres…
¿Cómo ese Hombre, todo pasividad y todo miedo,
cargado con todas las esclavitudes, de rodillas ante ellas,
sufriéndolas y cantándolas todas, desde la de Dios,
hasta la de los tiranos tropicales,
pudo combatir por la Libertad Literaria,
sin otras armas que una lira antibélica en la mano?
Él desenterró la espada lírica de Garcilaso,
y la unió al bastón de peregrino de Rimbaud;
hizo cantar a Santa Teresa,
acompañada por el violín perverso de Verlain;
hizo danzar el solideo de Góngora,
en las manos profanas de Mallarmé;
embriagó a San Juan de la Cruz,
con el ajenjo de Baudelaire;
aprisionó las rimas de Benville,
en la red arcaica de Jorge Manrique;
Un crepúsculo denso caía ya, sobre la Vida,
y sobre la Obra del Poeta;
el sol de la celebridad empezaba a declinar
sobre un cielo de Olvido;
los áureos olivares que lo circuían,
quedaron pronto desiertos;
sus jardines, empezaban a entrar en soledad;
su gloria, empezaba a tener para él,
inclemencias de sepulcro;
respetado, amado, admirado, era sin embargo,
ya algo como un dios sobre el ara de un templo vacío;
sus cisnes yacían inmóviles, a sus pies,
cerca a las ondas del lago taciturno hecho violáceo;
agobiado por la corona inmortal de sus triunfos,
volvió a la Vida, a los dioses sus hermanos,
y se fundió en ellos.
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