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sábado, 15 de julio de 2017

Testimonios de lectura - una página selecta



Testimonios que vale la pena leer:

1. YO, EL VICIOSO / 
Antonio  Orlando Rodríguez (poeta cubano)

2. Medio pan y un libro / Federico García Lorca (poeta español)

3. La importancia de leer otras cosas y, sobre todo, leer de otro modo / Jorge Larrosa (escritor argentino) 








Es raro encontrar a alguien que no sea adicto a algo: al trabajo, al sexo, a los gimnasios, a las drogas. Algunas adicciones cuestan plata; otras son gratuitas. La mía pertenece a la segunda de esas categorías. Soy adicto a las bibliotecas.

Hace poco me pregunté cuántas horas de mi vida habré pasado en las bibliotecas. Tras hacer algunos cálculos, llegué a la conclusión de que, sumándolas, representarían un año o tal vez dos.
¿Cómo saberlo con certeza? Las bibliotecas empezaron a atraerme desde que estaba en primer grado y, más de cuatro décadas después, continúan siendo uno de los pocos lugares en que me siento a gusto y a salvo.

La historia de mi adicción comenzó en La Habana de 1962, cuando entré al primer grado. El edificio de la escuela era una antigua mansión familiar y todas sus habitaciones habían sido convertidas en aulas menos una, donde seguía estando la biblioteca: una típica biblioteca de gente rica, repleta de enciclopedias que probablemente habían sido compradas por metros para servir de adorno. Como los libros infantiles brillaban por su ausencia, aquel lugar sombrío y solemne siempre estaba vacío. No recuerdo haber coincidido con ningún otro niño cuando, en los reccesos entre clases, me escabullía hasta allí y me ponía a hojear los libracos en busca de láminas. A veces algún maestro se asomaba y me observaba con suspicacia:

- “¿Qué diablos hará este aquí?”

Cuando cumplí diez años, tomé un ómnibus y me fui solo hasta la distante Biblioteca Nacional José Martí. La aventura se hizo habitual. Por entonces el poeta Eliseo Diego dirigía el Departamento Juvenil de esa institución y había convertido su sótano en una sucursal del país de las maravillas. Además de tener a nuestra disposición todo tipo de libros apetitosos, los niños disfrutábamos de sesiones de cuentacuentos, tomábamos talleres de pintura, música, teatro o escritura, o simplemente hacíamos excursiones a alguna playa para construir castillos de arena.

La Biblioteca Nacional se convirtió en parte de mi vida, primero como lector infantil y adolescente, y luego como escritor e investigador literario. Hace algún tiempo, tras largos años de ausencia, la visité de nuevo. Fue como ver a una joven antaño espléndida convertida en una anciana decrépita, empeñada en conservar cierta dignidad en medio de la miseria. Qué tristeza comprobar cómo los periódicos de hace sólo un siglo se deshacen entre los dedos al consultarlos. ¿Por qué no los han microfilmado? ¿Estarán esperando a que sea demasiado tarde?

La segunda gran biblioteca de mi vida la encontré en Colombia: la Luis Ángel Arango, una de las siete maravillas de la cultura latinoamericana. (No me pregunten cuáles son las otras seis: aún no he pensado en ello). Siempre recordaré el emocionante tour que hice por sus recovecos subterráneos. Fue una sorpresa descubrir que, para que el servicio de préstamo en las salas funcione con la precisión de un reloj suizo, bajo tierra labora un pequeño ejército de obreros anónimos. Esa biblioteca se convirtió en mi sitio de trabajo durante meses y meses, cuando investigaba para mi novela Aprendices de brujo. Me volví un usuario tan familiar, que cierta vez que cerraron sus servicios al público por vacaciones, me dieron un pase especial para que continuara entrando. Desplazarme a solas por el interior de esa enorme y majestuosa biblioteca fue toda una experiencia. Me sentía como un personaje de las Crónicas marcianas de Bradbury.



Colombia modificó radicalmente mi concepción -un tanto elitista y hedonista- de la biblioteca como centro de preservación de la palabra escrita, como una suerte de cápsula cultural del tiempo. Ese cambio empezó en 1991, cuando fui a Medellín por primera vez. Pablo Escobar estaba vivo y dando guerra, así que los escritores extranjeros lo pensaban dos veces antes de poner un pie en esa ciudad. Yo acepté de inmediato la invitación a visitarla, más por despiste que por temeridad. El mismo día que llegué, la directora de la Fundación Ratón de Biblioteca me preguntó si quería acompañarla a llevar unas cajas con libros a una biblioteca popular que habían creado en una de las comunas más violentas. "No te preocupes", me dijo mientras conducía su jeep por las empinadas calles sin pavimentar de un cerro. "Con los de las bibliotecas nadie se mete".
La visita a esa y a otras pequeñas bibliotecas comunitarias, diseminadas por pueblos y caseríos pobres de Colombia, me permitió comprobar no sólo su importancia como centros educativos y culturales, sino también su potencial como espacios con fuerte incidencia en los procesos sociales.
Las bibliotecas me han deparado algunos de los momentos más gratificantes que recuerdo. Desde contemplar el ejemplar de la Biblia de Gutenberg, que exhibe la Biblioteca del Congreso, en Washington, hasta hablar sobre mis libros con los usuarios de la biblioteca de Leticia, en la selva amazónica, un
lugar mágico donde confluye la gente humilde de la frontera de Colombia, Perú y Brasil.
Paso delante de una y no resisto la tentación de entrar a curiosear, a tocar los libros, a sentarme a las mesas. Visitarlas es una adicción, algo más fuerte que yo. (Mi nuevo amor es la Cuban Heritage Collection, de la Universidad de Miami, una institución dedicada a conservar el legado cultural cubano). A veces he pensado que la razón que me impulsa a escribir novelas con trasfondo histórico es la perspectiva de tener que pasar días y días en las bibliotecas, fines de semana incluidos.
Nada, que cada quien tiene sus pequeños y grandes vicios, y éste es uno de los míos. Los hay peores.

© Antonio Orlando Rodríguez, 2008
Publicado en el suplemento Babelia, de El País, Madrid, el 15 de marzo de 2008.










2. Medio pan y un libro / Federico García Lorca (poeta español)


De la Red de bibliotecas de Medellín y el Área Metropolitana:
http://reddebibliotecas.org.co/diario/medio-pan-y-un-libro-discurso-de-garcia-lorca-en-la-inauguracion-de-una-biblioteca [consulta para este blog 15.07.2017]


En septiembre de 1931, el poeta español Federico García Lorca leyó en voz alta este manifiesto a favor de los libros y la lectura. Se inauguraba la biblioteca pública de su pueblo natal, Fuente Vaqueros, en Granada, y aunque las bibliotecas ahora van más allá de los libros, su mensaje sigue siendo tan vigente como entonces.
"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. 'Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz."
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor', y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!'. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura'. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz."
(5 de junio de 1898-18 de agosto de 1936)




jueves, 13 de julio de 2017

Cesar Pavese: poesía de siempre, de origen italiano

ENCUENTRO 
poema de Cesar Pavese

Estas duras colinas que hicieron mi cuerpo
 y lo sacuden con tantos recuerdos, 
me mostraron el prodigio de aquélla, 
que ignora que la vivo sin poder entenderla.

 La encontré una noche; una mancha más clara 
bajo estrellas ambiguas, en la oscuridad del verano. 
Había alrededor la fragancia de estas colinas,
 más profunda que la sombra, y de pronto sonó, 
como si saliera de estas colinas, una voz limpia 
y áspera a la vez, una voz de tiempos perdidos. 

Ocasionalmente la veo, viviendo delante de mí, 
definida, inmutable, como un recuerdo. 
Nunca he podido aferrarla; su realidad 
me rehúye siempre y me distancia. Si es bella, no lo sé.
 Es joven entre las mujeres: 
pienso en ella y me sorprende un lejano recuerdo 
de mi infancia vivida en estas colinas;
 tan joven es. Es como la madrugada. 
Lleva en sus ojos todos los cielos lejanos de aquellas                 madrugadas remotas. 
Y tiene en los ojos un firme propósito: la luz más limpia 
que jamás tuvo el alba sobre estas colinas.
 La he creado desde el fondo de todas las cosas
 que me son más queridas, 
y no logro entenderla. 1932




Tienes rostro de piedra esculpida
poema de Cesar Pavese

Tienes rostro de piedra esculpida,
sangre de tierra dura,
viniste del mar.
Todo lo acoges y escudriñas
y rechazas
como el mar. En el corazón
tienes silencio, tienes palabras
engullidas. Eres oscura.
para ti el alba es silencio.

Y eres como las voces
de la tierra -el choque
del cubo en el pozo,
la canción del fuego,
la caída de una manzana;
las palabras resignadas
y tenebrosas sobre los umbrales,
el grito del niño- las cosas
que nunca pasan.
Tú no cambias. Eres oscura.

Eres la bodega cerrada
con la tierra removida,
donde el niño entró
una vez, descalzo,
y que siempre recuerda.
Eres la habitación oscura
en la que 

se vuelve a pensar siempre,
como en el patio antiguo
donde nacía el alba.

1908
De "La tierra y la muerte"






Trabajar cansa 
poema de Cesar Pavese


Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran
     a la cara
entre los tallos delgados: la mujer le muerde los
     cabellos
y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe
     turbada.

Coge el hombre su mano delgada y la muerde
y se apoya en su cuerpo. 
Ella le echa, haciéndole dar  tumbos.
La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.
La muchacha, sentada, se acicala el peinado
y no mira al compañero, tendido, con los ojos
     abiertos.

Los dos, ante una mesita, se miran a la cara
por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.
De vez en cuando, les distrae un color más alegre.
De vez en cuando, él piensa en el inútil día
de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer
que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.

Si con su piel le toca la pierna, bien sabe
que mutuamente se envían miradas de sorpresa
y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres
     que pasan
no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos
se desnudarán con un hombre. 
O es que acaso las  mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada.

Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún la
     mejillas enrojecidas por el sol. 
En su corazón le guarda   gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado 
      en un  bosque,
interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía
     le quema.

Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la
     roca de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al
     compañero con una mirada embelesada.
     Él mira fijamente la  maraña
de tallos negruzcos entre el verde tembloroso
y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña
-presentida en el regazo del vestido claro-
y la mujer no lo advierte. 
Ni siquiera la violencia le sirve, 
porque la muchacha, que le ama, contiene
cada asalto con un beso y le coge las manos.

Pero esta noche, una vez la haya dejado, 
       sabe dónde  irá:
volverá a casa, atolondrado y derrengado,
pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado
la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente -y esta será su venganza- se imaginará
que aquel cuerpo de mujer que hará suyo
será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.

Versión de Carles José i Solsora




LA CASA
poema de Cesar Pavese

El solitario escucha la voz calma 
con la vista entornada, como si una respiración 
alentara en su rostro, una respiración amiga 
que remonta, increíble, del tiempo lejano. 

El hombre solo escucha la voz antigua 
que sus padres oyeron en otros tiempos, clara, 
cosechada; una voz que como el verde
 de los pantanos y colinas oscurece la tarde. 

El hombre solo conoce una voz de sombra, 
acariciante, que brota en los tonos tranquilos
 de un oculto venero: la bebe atento, 
a ojos cerrados, como si no estuviera a su lado.

 Es la voz que un día detuvo al padre 
de su padre y a todos los de su sangre muerta. 
Una voz de mujer que suena secreta 
en el umbral de la casa al caer la oscuridad.
 1940 

Creación / Cesar Pavese
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba.
Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora.
Mis compañeros duermen todos. La clara jornada
se me revela más limpia que los rostros aletargados.
              
A distancia, pasa un viejo, camino del trabajo
o a gozar la mañana. No somos distintos,
idéntica claridad respiramos los dos
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debería ser sano
y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.
              
Esta mañana la vida se desliza por el agua
y el sol: alrededor está el fulgor del agua
siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al
descubierto.
Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto
y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
y la inmovilidad. Estará la compañera
-un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su
voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca
bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen, como si nadie estuviese despierto.





Alter ego / Cesar Pavese
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Desde la mañana al ocaso, yo veía el tatuaje
en su pecho sedoso: una mujer rojiza
incrustada, como en un prado, entre el pelo. Allí
debajo
brama a veces un tumulto que sobresalta a la mujer.
Transcurría el día entre blasfemias y silencios.
Si la mujer no fuese un tatuaje y estuviese viva
y aferrada a su pecho peludo, ese hombre
bramaría aún fuerte en su pequeña celda.
              
Callaba, tendido en el lecho, con los ojos abiertos.
Un profundo hálito de mar ascendía
de su cuerpo de huesos grandes y recios: estaba
tendido
al igual que en cubierta. Pesaba sobre el lecho
como quien ha despertado y podría saltar de él.
Su cuerpo, salado por la espuma, chorreaba
un sudor solar. La pequeña celda
era insuficiente para el alcance de una mirada suya.
Al verle las manos, se pensaba en la mujer.
              






Cesar Pavese

Nacimiento:9 de Septiembre de 1908
Defunción:27 de Agosto de 1950

Nació el 9 de septiembre de 1908 en San Stefano Belbo (Cúneo). Cursó 
estudios de filología inglesa en la universidad de Turín. En 1932 se 
licencia en letras con una tesis sobre Walt Whitman. Fue uno de los 
fundadores de la editorial Einaudi y por sus escritos antifascistas, 
publicados en la revista La Cultura, es detenido en mayo de 1935 y 
es confinado en Brancaleone Calabro. En 1936 regresa a Turín y 
publica el libro de poesía "Lavorare stanca". Durante la guerra, se 
refugia con su hermana en Serralunga y, cuando termina, se afilia al 
Partido Comunista Italiano (PCI). En 1945, publica "I dialoghi col 
compagno" en el diario "L'Unità". Publica La luna y las fogatas 
(1950), considerada como su mejor novela. Vendrá la muerte y tendrá 
tus ojos (1951), está considerado como uno de sus más bellos poemas. 
Pavese se suicidó el 27 de agosto de 1950 ingiriendo doce sobres de 
somníferos en una habitación de hotel después de haber recibido un 
premio literario por su libro El bello verano (1949). En el año 
1957, se creó un premio literario con su nombre para honrar su 
memoria. Algunas de las mejores y más conmovedoras páginas de Pavese 
se encuentran en su diario, que fue publicado póstumamente, en 1952, 


Tomado de:  http://www.poesiaspoemas.com/cesar-pavese
(13.07.2017)