Algún día nos fundiremos, lo sé. Algún día atravesaremos las paredes del miedo para
unirnos; aunque estemos viejos y arrugados. Puede ser que una vez baste para sacarte
de adentro. Y entonces, ya no te veré en las esquinas, ya no te colarás en mis sueños.
(Un vestido rojo para bailar boleros 50)
Quiero amarte. Todo mi yo lo está gritando, mi piel, mi mente, mis brazos, mis manos, mi boca, mis senos, mi sexo. Has aplazado este encuentro hasta el infinito y cuando ocurra, el alarido del éxtasis retumbará en esta vieja casa por otros trescientos años. (Ibíd. 88)
Desesperada te envié un nota: “Pendejo ¿qué se hizo? me hace falta, ¡venga!”. Pasaron los días y no fuiste […] Así que seguí yendo a aquel café, porque, después de todo, ¿Qué más hacer, en esta ciudad gris, sino tomar tinto y esperarte? (Un vestido rojo para bailar boleros 15-16)
Pero no podía olvidarte. No lograba concentrarme en el trabajo. Comencé a perder las llaves, a meter la loza sucia en la nevera y el pan en el lavaplatos, a reírme a destiempo, a llorar por cualquier cosa, a comer compulsivamente. (Ibíd 15-16)
Entonces recurrí a la maga que me echó las cartas, al brujo que me leyó el tabaco, al siquiatra que me analizó y todos me dijeron que te olvidara. (Ibíd. 16)
Graciela no volvió a recibir cartas de su novio en Paris, Armando no vino a visitar a Piedad, el Presidente dejó de hablar todos los días en la radio —el país desconcertado se sintió huérfano, sin camino— y tú no regresaste al café donde solíamos encontrarnos. (Un vestido rojo para bailar boleros 14)
La tormenta solar/ impidió que los aviones volaran;/ los trenes perdieron los horarios/ los teléfonos y las computadoras/ callaron./ ¿Tendremos que regresar/ a las palomas mensajeras y a la telepatía? (Retazos en el tiempo 47)
La domadora del tiempo
Quiero amarte. Todo mi yo lo está gritando, mi piel, mi mente, mis brazos, mis manos, mi boca, mis senos, mi sexo. Has aplazado este encuentro hasta el infinito y cuando ocurra, el alarido del éxtasis retumbará en esta vieja casa por otros trescientos años. (Ibíd. 88)
Desesperada te envié un nota: “Pendejo ¿qué se hizo? me hace falta, ¡venga!”. Pasaron los días y no fuiste […] Así que seguí yendo a aquel café, porque, después de todo, ¿Qué más hacer, en esta ciudad gris, sino tomar tinto y esperarte? (Un vestido rojo para bailar boleros 15-16)
Pero no podía olvidarte. No lograba concentrarme en el trabajo. Comencé a perder las llaves, a meter la loza sucia en la nevera y el pan en el lavaplatos, a reírme a destiempo, a llorar por cualquier cosa, a comer compulsivamente. (Ibíd 15-16)
Entonces recurrí a la maga que me echó las cartas, al brujo que me leyó el tabaco, al siquiatra que me analizó y todos me dijeron que te olvidara. (Ibíd. 16)
Graciela no volvió a recibir cartas de su novio en Paris, Armando no vino a visitar a Piedad, el Presidente dejó de hablar todos los días en la radio —el país desconcertado se sintió huérfano, sin camino— y tú no regresaste al café donde solíamos encontrarnos. (Un vestido rojo para bailar boleros 14)
La tormenta solar/ impidió que los aviones volaran;/ los trenes perdieron los horarios/ los teléfonos y las computadoras/ callaron./ ¿Tendremos que regresar/ a las palomas mensajeras y a la telepatía? (Retazos en el tiempo 47)
La domadora del tiempo
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