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viernes, 15 de septiembre de 2017

Mario Quintana, Lado Ivo y Elsa Bonermann, unos poetas mayores

De nuestra América Latina:

mayo 19: Los demás de los demás de Alberto Cortes,
                 Mil grullas de Elsa  Bonermann
julio 28:  Poemas breves de Ledo Ivo y Mario Quintana






LEE, ¡Pruébalo! y ¡quedarás enganchado de por vida, lo aseguro!, emiro


LOS DEMÁS
"Nunca estamos conformes del quehacer de los demás
y vivimos a solas sin pensar en los demás,
como lobos hambrientos, acechando a los demás,
convencidos que son nuestro alimento, los demás.

Los errores son tiestos que tirar a los demás;
los aciertos son nuestros y jamás de los demás;
cada paso un intento de pisar a los demás,
cada vez mas violento es el portazo a los demás.

Las verdades ofenden si las dicen los demás,
las mentiras se venden, cuando compran los demás;
somos jueces mezquinos del valor de los demás
pero no permitimos que nos juzguen los demás.

Apagamos la luz que, por amor a los demás,
encendió en una cruz, El, que murió por los demás;
porque son ataduras, comprender a los demás,
caminamos siempre a oscuras sin contar con los demás.

Nuestro tiempo es valioso, pero no el de los demás;
nuestro espacio, precioso, pero no el de lo demás,
nos pensamos pilotos del andar de los demás;
""donde estemos nosotros... que se jodan los demás"".

Condenamos la envidia, cuando envidian los demás,
más lo nuestro es desidia, que no entienden los demás.
Nos creemos selectos entre todos los demás;
seres ""pluscuamperfectos"", con respecto a los demás.

Y olvidamos que somos, los demás de los demás;
que tenemos el lomo como todos los demás,
que llevamos cuestas, unos menos y otros más,
vanidad y modestia como todos los demás...

Y olvidando que somos los demás de los demás,
nos hacemos los sordos, cuando llaman los demás
porque son ""tonterías"" escuchar a los demás,
lo tildamos de ""manía"" al amor por los demás.
"
    Letra y música de Alberto Cortez





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"Mil grullas" -

de Elsa Bornemann




martes, 11 de agosto de 2009

 El 6 de Agosto de 1945 a las 8 AM, el presidente Truman de EEUU ordenó arrojar la primera bomba atómica del mundo sobre Hiroshima. El 9 de Agosto de 1945, era lanzada la segunda bomba atómica sobre Nagasaki. En segundos las dos ciudades fueron arrasadas y miles de personas murieron en un instante. En los días posteriores fueron muriendo los que se encontraban más alejados de los centros de la explosión y los pocos supervivientes sufren aún hoy las consecuencias de la radiación, que se han ido transmitiendo a las generaciones posteriores. Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien que era lo que estaba pasando. Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticias de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes. Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.

 ¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro! Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie mas que ellos podían transitar ese imaginario sendero de ojos a ojos. Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio... Pero Naomi sabia que quería a ese muchachito delgado, que mas de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa. - No tengo hambre - le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenia dos o tres galletitas para pasar el medio día. - Te dejo mi vianda - y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración. Naomi...Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacia tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aun... El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llego puntualmente el 21 de junio y anuncio las vacaciones escolares. Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable. A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases. Acabo junio y Toshiro arranco contento la hoja del calendario… Se fue julio y Naomi arranco contenta la hoja del calendario… Y aunque no lo supieran: ¡Pro fin llego agosto! – pensaron los dos al mismo tiempo. 

Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajo, junto con sus padres, a la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local. Ya no vendía nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas. – Para cuando termine la guerra… - decía el abuelo. – Todo acaba algún día… - comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al final de la guerra, tanto como a el se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi. 

 November, 2012, 22:39

 ¿Y Naomi? El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni arboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo. Abandono el tatami, se deslizo de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Que alivio! Una cálida madrugada le rozo las mejillas. Ella le devolvió un suspiro. El dos y tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus: Lento se apaga El verano. Enciendo Lampara y sonrisas. Pronto florecerán los crisantemos. Espera, Corazón. Después, achico en rollitos ambos papeles y los guardo dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos. El cuatro y cinco de agosto se los paso ayudando a su madre a las tías. ¡Era tanta la ropa para remendar! Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabia hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosia, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese. La aguja iba y venia, laboriosa. Así, quedo en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Tohiro no la olvidara nunca… Y los dos deseos se cumplieron. Pero el mundo tenia sus propios planes… Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima. Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo:

 - ¿Qué estará haciendo ahora? “Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: 
- ¿Qué estará haciendo Naomi? En el mismo momento, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima. Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad. Dos viejos trenzan bambúes por última vez. Una docena de chicos canturrean: “Donguri Koro Koro – Donguri Ko…” por última vez. Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por ultima vez. Miles de hombres piensan en mañana por ultima vez. Naomi sale para hacer unos mandados. Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del rio. 


Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humano, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, arboles, calles, puentes y el pasado de Hiroshima. Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido. Nadie sera ya quien era. Hiroshima arrasada por un hongo atómico. Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando. Recién en diciembre logro Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aun estaba viva, Dios! Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre. Y hacia ese hospital marcho Toshiro una mañana. El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabia si era el frío exterior o su pensamiento lo que le hacia tiritar. Naomi se hallaba en una cama situada junto ala ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenia sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura. Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas. 
- Voy a morirme, Toshiro… - susurro, no bien su amigo se paro, en silencio, al lado de su cama.
 – Nunca llegare a plegar las mil grullas que me hacen falta… Mil grullas… o semba-tsuru, como se dice en japones. Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Solo veinte. Después, las junto cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta. 

- Te vas a curar, Naomi – le dijo entonce, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida. El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas. Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porque de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí. Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejo cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos. En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre la sombras. Espero hasta que tuvo la certeza de que nadie mas que el continuaba despierto. Entonces, se incorporo con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas. Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho. La tijera la llevaba oculta entre sus ropas. Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recorto primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma ya había echo. Ya amanecía. El muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separo en grupo de diez las frágiles grullas del milagro y las apresto para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra. Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro coloco las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomo sin pedir permiso la bicicleta de sus primos. No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas. 



 - Prohibidas las visitas a esta hora – le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga. Toshiro insistió: 

- Solo quiero colgar estas grullas obre su lecho. Por favor… Ningún gesto denuncio la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparente impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara:

 - Pero cinco minutos ¿eh? Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió. Tuvo que estirarse a mas no poder para alcanzar el cielo raso. Pero lo alcanzo. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres. Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenia la cabecita echada a un lado y una sonrisa en los ojos. - Son hermosas, Toshi-chan…Gracias… - Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas – y el muchacho abandono la sala sin darse vuelta. En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejo colar, al entreabrir por unos instantes la ventana. Los ojos de Naomi seguían sonriendo. La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre? Febrero de 1976. Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se caso, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres. Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por que, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar. Grullas seguramente hechas por el, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo. Grullas despegando alas en las que se descubren las cifras de la maquina de calcular. Grullas surgidas de servilletas con impresos de los mas sofisticados restaurantes… Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición japonesa. - algún día completara las mil… - cuchichean entre risas -. ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio? Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.






LEDO IVO: Maestro del epigrama, la ironía y el franco sarcasmo


  • "Todos los paisajes que vi se desmoronaron / en las postales corroídas."


  • Paciencia e impaciencia
son las hermanas gemelas
que pasean tomadas de la mano
por la plaza de mi poema. (LAS DOS HERMANAS)

  • Tu pubis: la oveja negra
en el blanco rebaño de tu cuerpo. (La mancha irreparable)




 Justificación del poeta 
Padre, mis pensamientos no caben en tu sala con piano tranquilo a un lado y oscuras
sillas vacías cerca de la ventana
mis inquietos pensamientos no caben en la salita con flores muriendo en los jarrones y
paisajes sonriendo en las molduras
deja que ellos se muevan más allá de las cortinas azules y caminen mucho más allá de
las ventanas abiertas
deja que se mezclen con el calmo resplandor de la luna
no te preocupes si los demás se espantan con tu hijo de ojos vivos y cabellos siempre
desaliñados
no te preocupes si recito poemas cuando la noche cae
el tiempo no existe en el alma del poeta
todo es universal y abarca todos los tiempos
los poetas, papá, son los corazones del mundo
son las manos de Dios escribiendo los poemas del mundo inseguro
no importa, papá, que digan que estoy loco
que lloro recargado en los puentes y me conmuevo en los teatros
que pregunto por la oscura Adriana cuando la madrugada baja
en silencio
en silencio
los poetas son los pianos del mundo
sólo ellos permanecerán inalterables delante de las musas y de Dios
sólo ellos tendrán la noción de la agonía del mundo
ayer un niño español fue despedazado por una bomba
mañana se encontrarán poemas en el bolsillo del suicida soñador
mientras tanto las grúas trabajan incansablemente día y noche
y los obreros fatigan sus brazos y sus piernas
ninguna oscilación habrá en la Poesía
ella quedará en equilibrio porque los ritmos la amparan
y Adriana no se prostituye.

Soy una elección. Soy una revolución.



que no para en ningún puerto
finjo no ver que la muerte
me quiere vivo y no muerto. (En la nave de la vida)


Reaparición de mi padre
Hoy, por casualidad, volví a ver a mi padre
en su mañana forense.
En un traje de casimir aunque fuera verano
él entraba y salía de los despachos
y atravesaba la calle del Comercio
con su cartera marrón, lentes de tortuga
y sombrero de fieltro.
De vez en cuando mi padre paraba en algún lugar:
en la Junta Comercial, en una ferretería, a la puerta de una zapatería.
con su mirada miope contemplaba el rostro de Carole Lombard en el cartel del cine Floriano.
Entraba en el Bar Colombo para mear.
Proseguía su camino
entre mendigos, trabajadores eventuales y ministerios públicos
y se sumía en la oscuridad de una tienda de raya.
Mi padre iba y venía en el centro de Maceió.
Yo presumía que el estuviera vivo.
Sólo me rendí a su muerte lenta
cuando pasó cerca de mí sin reconocerme.
Entonces supe lo que era la muerte.
Y al mismo tiempo supe lo que es la vida:
el lugar donde hay sol y las personas se hablan.
(Curral de peixe, 1991-1995)                                       


Mi patria

Mi patria no es la lengua portuguesa.
Ninguna lengua es la patria.
Mi patria es la tierra blanda y pegajosa donde nací
y el viento que sopla en Maceió.
Son los cangrejos que corren en la lama de los manglares
y el océano cuyas olas continuan mojando mis pies cuando sueño.
Mi patria son los murciélagos suspendidos en el estuco de las iglesias carcomidas,
los locos que bailan al atardecer en el hospital junto al mar,
y el cielo curvo por las constelaciones.
Mi patria son los silbatos de los navíos
y el faro en lo alto de la colina.
Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante.
Son los astilleros podridos
y los cementerios marinos donde mis ancestros tuberculosos y con paludismo no paran de
toser y de temblar en las noches frías.
y el olor del azúcar en los almacenes portuarios
y las lisas que se debaten en las redes de los pescadores
y las trenzas de cebolla enroscadas en la tiniebla
y la lluvia que cae sobre los corrales de peces.
La lengua que uso no es ni nunca fue mi patria.
Ninguna lengua engañosa es la patria.
Ella sirve apenas para que yo celebre mi grande y pobre patria muda,
mi patria disentérica y desdentada, sin gramática y sin diccionario,
mi patria sin lengua y sin palabras.



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 Mario Quintana:
"amar es cambiar al alma de casa"
Drummond e Quintana.jpgDrummond e Quintana.jpg
Mario Quintana, (Poeta bresilero, 1906 a 1994)
el poeta de las cosas simples,   de quien Manuel Bandeira le escribiera este breve soneto:
Meu Quintana, os teus cantares
Não são, Quintana, cantares:
São, Quintana, quintanares.
Quinta-essência de cantares...
Insólitos, singulares...
Cantares? Não! Quintanares!







Indivisibles
Con mi primer amor me sentaba en una piedra
Que había en un terreno baldío entre nuestras casas.
Hablábamos de cosas bobas,
Esto es, lo que la gente grande hallaba bobas
Como cualquier intercambio de confidencias entre niños de cinco años.
Niños...
Parecía que entre uno y otro no había todavía separación de sexos
A no ser el azul inmenso de los ojos de ella,
Ojos que yo no encontraba en nadie más,
Ni en el cachorro ni en el gato de la casa,
Que tenían apenas la misma fidelidad sin compromiso
Y la misma animal —o celestial— inocencia,
Porque el azul de los ojos de ella tornaba más azul el cielo:
No, no importaba las cosas bobas que dijésemos.
Teníamos un deseo de estar cerca, tan cerca
Que no había allí apenas que dos encantadas criaturas
Mas un único amor sentado sobre una tosca piedra,
En cuanto la gente grande pasaba, se burlaba, se reía, no sabía
Que ellos llevaran procurando una cosa así por toda su vida. 







A manera de epílogo

No quiero


No quiero a alguien que muera de amor por mí... Sólo preciso de alguien que viva por mí, que quiera estar junto a mí, abrazándome. No exijo que ese alguien me ame como yo lo amo, quiero apenas que me ame, no me importa con qué intensidad.

No tengo la pretensión de que todas las personas que me gustan, gusten de mí... Ni que yo muestre la falta que ellas me hacen. Lo importante para mí es saber que yo, en algún momento, fui insustituible... Y que ese momento será inolvidable... Sólo quiero que mi sentimiento sea valorizado.

Quiero siempre poder tener una sonrisa estampada en mi rostro, lo mismo cuando la situación no fuera muy alegre... Y que esa mi sonrisa consiga transmitir paz para los que estuvieran a mi alrededor. Quiero poder cerrar mis ojos e imaginar a alguien... y poder tener la absoluta certeza de que ese alguien también piensa en mí cuando cierra los ojos, que hago falta cuando no estoy cerca.

Quería tener la certeza de que a pesar de mis renuncias y locuras, alguien me valoriza por lo que soy, no por lo que tengo... Que me vea como un ser humano completo, que abusa además de los buenos sentimientos que la vida le proporciona, que dé valor a lo que realmente importa, que es mi sentimiento... Y no se divierta con él. Y que ese alguien me pesa para que yo nunca cambie, para que yo nunca crezca, para que yo sea siempre el mismo.

No quiero pelear con el mundo, mas si un día eso acontece, quiero tener fuerzas suficientes para mostrarle que el amor existe... Que él es superior al odio y al rencor, y que no existe victoria sin humildad y paz. Quiero poder acreditar que así mismo si hoy yo fracaso, mañana será otro día, y si yo no desisto de mis sueños y propósitos, tal vez obtendré éxito y seré plenamente feliz.

Que yo nunca deje que mi esperanza sea agitada por palabras pesimistas... Que la esperanza nunca me parezca un “no” que la gente insista en maquillarlo de verde y lo entienda como “sí”. Quiero poder tener la libertad de decir lo que siento a una persona, de poder decir a alguien cuanto él es especial e importante para mí, sin tener que preocuparme de terceros... Sin correr el riesgo de herir a una o más personas con ese sentimiento.

Quiero, un día, poder decir a las personas que nada fue en vano... que el amor existe, que vale la pena cultivar las amistades de las personas, que la vida es bella así, y que yo siempre dé lo mejor de mí... ¡y que valió la pena!


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