LUIS BERNARDO YEPES OSORIO, promotor de lectura, bibliotecólogo colombiano, egresado de la Universidad de Antioquia, colecciona tantas versiones de Caperucita Roja que se publiquen y lleguen a sus manos, en diferentes idiomas, en diversos formatos, en poemas, en canciones, en medallones, en cuadros, en estatuillas...
Con la Caja de Compensación Familiar COMFENALCO - Antioquia realizó una exposición de sus caperucitas rojas. Varias versiones de la Caperucita son tema recurrente en ete boletín:
- Triunfo Arciniegas (escritor colombiano)
- Pilar Quintana (escritora colombiana)
Recién publicó un nuevo título
Uno de mis profesores
nos regala una receta
para que perdamos el miedo
que le tenemos al cuerpo.
Las librerías celebran su ineventiva asombrosa.
Entre otros personajes, de la vida real,
La Caperucita, de la cual no sabemos el nombre,
el lobo, a quien poco le importa nombrarno,
la abuela, quien se lamenta o calla lo poco que sabe
de lobos,
el bosque ese complice gratuitos de todos los juegos
y el intruso que desarregla todo lo que ve y toca y huele y mata
más concido como el cazador
estelarizan la receta
la hacen más humeante y atractiva
más digerible, mejor decir apetitosa,
para el encuentro de los encuentros,
para la embriaguez de las embriagueces,
para desafiar el lado oscuro de o cotidiano,
Para comernos mejor.
Amigo lector
le sugiero esa receta
si me guiñas el ojo
me dices como nos vemos
tu dices si voy vestido de rojo o meprefieres de lobo
para derrotar el estres
el caso es ensayar la receta.
EMIRO
Para leer en en vacaciones:
El reino de al revés informa que: ¿Caperucita Roja en Unitrópico? ¿Pinocho dicta economía sostenible en Casanare? ¿El hijo de Rin Rin Renacuajo lee cuentos en Yopal? ¿Alicia vino desde el País de las Maravillas a una gira por todo Casanare? ¿Qué la custodian los siete enanitos y el soldadito de plomo? ¿La bella durmiente firmará autógrafos en abril en las bibliotecas de Casanare? No me lo puedo perder, ese programa para mi será… ¡irrepetible!
Les comparto una versión de la Caperucita roja, de uno de nuestros escritores colombianos
Caperucita Roja, según Jairo Anibal Niño
Les comparto una versión de la Caperucita roja, de uno de nuestros escritores colombianos
Caperucita Roja, según Jairo Anibal Niño
Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.—¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:—Quiero regalarte una flor, niña linda.—¿Esa flor? No veo por qué.—Está llena de belleza —dije, lleno de emoción.—No veo la belleza —dijo Caperucita—. Es una flor como cualquier otra.Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.—Mira mi reguero de lágrimas.—¿Te caíste? —dijo—. Corre a un hospital.—No me caí.—Así parece porque no te veo las heridas.—Las heridas están en mi corazón —dije.—Eres un imbécil.Escupió el chicle con la violencia de una bala.Volvió a alejarse sin despedirse.Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta el pueblo y me tomé unas cervezas. “Bonito disfraz”, me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.—¿Vas a la escuela? —le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.—Estoy de vacaciones —dijo—. ¿O te parece que éste es el uniforme?El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.—¿Y qué llevas en el canasto?—Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.—Corta un pedazo.Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.—Es un experimento —dijo Caperucita—. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.Y me dejó tirado en el camino, quejándome.Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.—La receta funciona —dijo—. Voy a venderla.Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:—Cómete a la abuela.Abrí tamaños ojos.—Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.No podía creerlo.Le pregunté por qué.—Es una abuela rica —explicó—. Y tengo afán de heredar.No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia.Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.
En abril de 2018 reiteramos que la lectura es importante
Leer en voz alta y escuchar en silencio, dos actividades
que generan asombro y extrañeza en un espacio propicio
para generar nuevas rutas hacia el conocimiento.
Cada 23 de abril se conmemoran muchas efemérides
culturales que nos permiten una pausa para reflexionar muchas prácticas cotidianas que, a la largo, van a caracterizarnos en la vida profesional.
La estrategia de contar con cuentos infantiles para ocupar el tiempo de niños y jóvenes en biblioteca mientras sus adultos asisten a clase se pudo evidencia con cifras:
Colección Casanare | 27 | 3% |
Colección de Trabajos de Grado | 6 | 1% |
Colección leasing BBVA-Unitropico | 6 | 1% |
Colección general | 735 | 84% |
Colección Humboldt | 3 | 0% |
Otros formatos: CD's, Vídeos, mapas, entre otros | 1 | 0% |
Literatura infantil y/o juvenil | 45 | 5% |
Publicaciones seriadas | 8 | 1% |
Sugiere enlaces electrónicos | 0 | 0% |
Otro | 49 | 6% |
La campaña Unitrópico lee sin limites (versión 2018) se ha convertido en una cita de lectores con lectores en la plazuela de Unitrópico. En el siguiente cuadro se pueden leer sus antecedentes:
año
|
Autor y obra leídos en voz alta
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Novedad y motivación
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2012
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Llanura,
Soledad y Viento de Guillermo Martínez
|
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2013
|
La
Vorágine de José Eustacio Rivera
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Siguiendo
directriz de la Biblioteca Nacional de Colombia
|
2014
|
Caperucita
Roja y los cuentos de Charles Perrault
|
Primera
jornada explorando la literatura infantil y recibimos la visita de las escritoras
Laura Noruega (de Bogotá) y Mariela Zuluaga (de Villavicencio)
Se
inicia la colección de la literatura infantil producto de la campaña de
donación a la biblioteca pensando en los niños y jóvenes de la región
|
2015
|
Gianni
Rodar y Cuentos para hablar por teléfono y gramática de la fantasía
(fragmentos)
Ana
María Machado y la “Niña Bonita” y otros cuentos
|
Recibimos
la visita de Fernando Soto Aparicio y Celso Román quienes donan varios títulos
autografiados y relaciona la ciencia ficción y la práctica cotidiana de
investigar para crear nuevos conocimientos
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2016
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Lewis
Carroll y Alicia en el país de las maravillas y Alicia en el espejo
Christian
Hans Andersen y “El vestido del Emperador” y otros cuentos
|
Se contó con la presencia de la Fundación Leeme y Leere de acá de Yopal y que funciona en la librería del mismo nombre en el Centro Comercial el Hobo y su líder Viviana Reyes.
|
2017
|
Elsa
Isabel Bonermann y sus cuentos “No somos irrompibles”
Aquiles
Nazoa y la “Fábula de la mosquita ahogada”
Rafael Pombos y sus poemas clásicos
|
Se
reitera en la literatura infantil y por primera vez se inicia con la poesía
erótica con los estudiantes de la nocturna. Se lee poesía de Raúl Gómez
Jattin y cuentos de Pilar Quintana y Amalia Lu Posso Figueroa
|
Estos datos dan fe de las acciones que en promoción y animación a la lectura se han fomentado desde la biblioteca universitaria, al comprender que un alto número de estudiantes, docentes y empleados no cuentan donde albergar a sus hijos durante las horas laborales y/o académicas y por motivos que no son del caso de la presente nota deben improvisar tardes de estadía en la biblioteca. En aras de que dicha estadía sea entre placentera y significativa. El impacto de dicha actividad queda registrado en una nota cultural que publico el periódico deportivo online EL DEPORTIVO DEL LLANO como puede leerse en la edición en la edición de abril de este año.
Luz Elena, biologa, profesora, investigadora, saca su momento para leer cuentos infantiles que luego compartirá con sus bebes.
Ingenieros leyendo cuentos en una pausa activa
Luis Eduardo Nieto, ingeniero y padre de familia con su el dueño de sus ilusiones futuras escuchan embelsados los cuentos de la tradición oral
José Never y Héctor, compañeros de la logística, leen cuentos ientras instalan la disponibilidad necesaria para celebrar un "Unitrópico lee sin límites"
Unitrópico
El reino de al revés informa que: ¿Caperucita Roja en Unitrópico? ¿Pinocho dicta economía sostenible en Casanare? ¿El hijo de Rin Rin Renacuajo lee cuentos en Yopal? ¿Alicia vino desde el País de las Maravillas a una gira por todo Casanare? ¿Qué la custodian los siete enanitos y el soldadito de plomo? ¿La bella durmiente firmará autógrafos en abril en las bibliotecas de Casanare? No me lo puedo perder, ese programa para mi será… ¡irrepetible!
Les comparto una versión de la Caperucita roja, de uno de nuestros escritores colombianos
Caperucita Roja, según Jairo Anibal Niño
Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.—¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:—Quiero regalarte una flor, niña linda.—¿Esa flor? No veo por qué.—Está llena de belleza —dije, lleno de emoción.—No veo la belleza —dijo Caperucita—. Es una flor como cualquier otra.Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.—Mira mi reguero de lágrimas.—¿Te caíste? —dijo—. Corre a un hospital.—No me caí.—Así parece porque no te veo las heridas.—Las heridas están en mi corazón —dije.—Eres un imbécil.Escupió el chicle con la violencia de una bala.Volvió a alejarse sin despedirse.Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta el pueblo y me tomé unas cervezas. “Bonito disfraz”, me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.—¿Vas a la escuela? —le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.—Estoy de vacaciones —dijo—. ¿O te parece que éste es el uniforme?El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.—¿Y qué llevas en el canasto?—Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.—Corta un pedazo.Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.—Es un experimento —dijo Caperucita—. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.Y me dejó tirado en el camino, quejándome.Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.—La receta funciona —dijo—. Voy a venderla.Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:—Cómete a la abuela.Abrí tamaños ojos.—Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.No podía creerlo.Le pregunté por qué.—Es una abuela rica —explicó—. Y tengo afán de heredar.No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia.Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.
LUIS BERNARDO YEPES OSORIO, promotor de lectura, bibliotecólogo colombiano, egresado de la Universidad de Antioquia, colecciona tantas versiones de Caperucita Roja que se publiquen y lleguen a sus manos, en diferentes idiomas, en diversos formatos, en poemas, en canciones, en medallones, en cuadros, en estatuillas...
Con la Caja de Compensación Familiar COMFENALCO - Antioquia realizó una exposición de sus caperucitas rojas. Varias versiones de la Caperucita son tema recurrente en ete boletín:
- Triunfo Arciniegas (escritor colombiano)
- Pilar Quintana (escritora colombiana)
Recién publicó un nuevo título
Uno de mis profesores
nos regala una receta
para que perdamos el miedo
que le tenemos al cuerpo.
Las librerías celebran su ineventiva asombrosa.
Entre otros personajes, de la vida real,
La Caperucita, de la cual no sabemos el nombre,
el lobo, a quien poco le importa nombrarno,
la abuela, quien se lamenta o calla lo poco que sabe
de lobos,
el bosque ese complice gratuitos de todos los juegos
y el intruso que desarregla todo lo que ve y toca y huele y mata
más concido como el cazador
estelarizan la receta
la hacen más humeante y atractiva
más digerible, mejor decir apetitosa,
para el encuentro de los encuentros,
para la embriaguez de las embriagueces,
para desafiar el lado oscuro de o cotidiano,
Para comernos mejor.
Amigo lector
le sugiero esa receta
si me guiñas el ojo
me dices como nos vemos
tu dices si voy vestido de rojo o meprefieres de lobo
para derrotar el estres
el caso es ensayar la receta.
EMIRO
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