Imagenes del futuro de las bibliotecas
Así como del fondo de la músicabrota una notaque mientras vibra crece y se adelgazahasta que en otra música enmudece,brota del fondo del silenciootro silencio, aguda torre, espada,y sube y crece y nos suspendey mientras sube caenrecuerdos, esperanzas,las pequeñas mentiras y las grandes,y queremos gritar y en la gargantase desvanece el grito:desembocamos al silencioen donde los silencios enmudecen.
¿Y ai loa gritos crujiesen cuando los gritos
dentro de la sangre negra se amordazan?
¿Y si los ojos aulasen cuando la lágrima
gruesa de sal amarga rasga la piel?
¿Y si las uñas convertidas en navajas
Abriesen diez caminos de desquite?
¿Y si los versos doliesen masticados
entre dientes que muerden el vacío?
¿Más preguntas, amor? Mejor callados.)
poema de Andrés Eloy Blanco Meaño ( de Venezuela 1985 a Mexico 1955)
Cuando tú te quedes muda,
cuando yo me quede ciego,
nos quedarán las manos
y el silencio.
Cuando tú te pongas vieja,
cuando yo me ponga viejo,
nos quedarán los labios
y el silencio.
Cuando tú te quedes muerta,
cuando yo me quede muerto,
tendrán que enterrarnos juntos
y en silencio;
y cuando tú resucites,
cuando yo viva de nuevo,
nos volveremos a amar
en silencio;
y cuando todo se acabe
por siempre en el universo,
será un silencio de amor
el silencio.
Yo no lo sé de cierto
poema de Jaime Sabines (
Yo no lo sé de cierto, pero supongo que una mujer y un hombre algún día se quieren, se van quedando solos poco a poco, algo en su corazón les dice que están solos, solos sobre la tierra se penetran, se van matando el uno al otro.
Todo se hace en silencio. Como se hace la luz dentro del ojo. El amor une cuerpos. En silencio se van llenando el uno al otro.
Cualquier día despiertan, sobre brazos; piensan entonces que lo saben todo. Se ven desnudos y lo saben todo.
(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo)
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Poesía
poema de Xavier Villaurrutia (México, de 1093 a 1950)
Eres la compañía con quien hablo
de pronto, a solas.
te forman las palabras
que salen del silencio
y del tanque de sueño en que me ahogo
libre hasta despertar.
Tu mano metálica
endurece la prisa de mi mano
y conduce la pluma
que traza en el papel su litoral.
Tu voz, hoz de eco
es el rebote de mi voz en el muro,
y en tu piel de espejo
me estoy mirando mirarme por mil Argos,
por mí largos segundos.
Pero el menor ruido te ahuyenta
y te veo salir
por la puerta del libro
o por el atlas del techo,
por el tablero del piso,
o la página del espejo,
y me dejas
sin más pulso ni voz y sin más cara,
sin máscara como un hombre desnudo
en medio de una calle de miradas.
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