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sábado, 4 de noviembre de 2023

Héctor Abad Faciolince vino a contarnos sus historias, los lectores vinimos a leerlas

 

Alguna vez pense que los poetas podían palpar en sus manos su corazón, o al menos el corazón de un ser muy querido. Y un día la vida me puso en las manos la historia de un engreido ateo, que arguye de mil modos que no cree en ningun deidad, pero que tuvo entre sus manos la historia de un corazón grande, muy grande, de un corazón que desafío los bríos de la ciencia y sus artesanos. Un corazón de generosidad y alegría, un corazón cultor del ocio refinado y de buen gusto como otro camino expedito hacia la gloria de Dios. Usted se arriega a contar esas historias a través de los amigos, de los grandes amigos, de los grandes hermanos de la vida. Leer "Salvo mi corazón, todo está bien" es una invitación que va más allá de cualquier horizonte espiritual.



 

En esta nota le voy a decir Don Héctor que es Usted un grande entre los amanuenses pero es más creyente que yo que me invento la misa cuando no puedo asistir al rito dominical. He leído ya dos veces esta historia en homenaje a Doña Cecilia y he de contradecirle. Usted cultiva la fe con el fervor que le aprendió a su amigo sacerdote y dueño del corazón grande al que le salva para la memoria de los colombianos con este relato.




La Univeridad de Antioquia desde la oficina de extensión cultural realiza (o realizaba, hoy no lo sé) el "Martes del Paraninfo" una tribuna estelar como ninguna otra, donde los autorizados de todos los temas y de todos los tiempos se dan cita con la ciudadanía de a pie. Durante la década de los años ochenta cuando yo bailaba con la incertidumbre cada día de una juventud sin norte para conquistar oporunidades, y voces como la de Don Héctor Abad Gómez, me ayudaron a comprender que las oportunidades se buscan, se construyen, se cuidan, se cultivan, se defienden y se le arrabatan a la historia, esa magna  señorona que en compicheria con la realidad se ufana de irnos apabullando... 

Doña Cecilia



El periódico El Colombiano  de Medellín en la última página, a ocho columnas, publicaba en detalle y minucia (estas dos palabras no son sinónimas) cada domingo una reseña sobre cine, luego otros lo denominaran cine arte y al autor de estas páginas le llaman crítico. Me leí esas páginas con la devoción de quien no tenía con que ir al cine y cuando lo hacia era porque había comprendido al dedillo aquella reseña, que poco conocía la brevedad. Contar historias para la gran pantalla y quedarme perplejo cuando una empleadita de almacen en plena película, mientras come palomitas de maíz es sorpendida por el galan de la película que se sale de la pantalla, la toma del brazo y la invita a huir de la realidad. Sobra decir que la vi muchas veces y la volveré a ver cuando pueda palpar entre mis manos las paginas de cine que décadas después ha publicado la misma Universidad que hoy custodia su cinemateca.   


Para la época leía para soñar y soñaba que leía. Hoy al leer la historia que nos cuentas Don Héctor sobre el Padre Luis Alberto y su universo de fabula y liturgía, de mundo profano y sacro, de sueños e ilusiones, veo el otro Medellín que poco cuentan los cronistas de las páginas ensangrentadas y morbosas. Nos cuentas otra Medellín, sin renucniar al "olvido que seremos" nos vuelves la mirada sobre la esperanza que sostuvo con paso firme y gallardo a Doña Cecilia. 



Después de leer La Guaca, de ver la película de Fernado Trueba, sus cuentos, sus columnas de prensa, de enterarme que ha sido bibliotecario y editor, es decir un cultor de la bibliografía durante las venticuatro horas del día, los siete días de la semana, los doce meses del año y los cincuenta años de vida con conciencia de mundo, me queda la profunda duda que Usted sea un descreído como lo dice en la dedicatoria. 


Gracias a sus pasos de amanuense he seguido los pasos de nuestra ciudad. Hoy desde Yopal, me queda manifestarle mi gratitud de lector. EMIRO


De "Salvo mi corazón, todo está bien" se lee de la voz del Padre Luis Alberto:

En la página 86: "En Dios no se cree con la cabeza sino con el corazón. Es lo que dice Pascal, que tenía una cabeza privilegiada, no carente de exquisita lógica matemática, pero atendía a los latidos del corazón". 

En la página 268: " Tengo miedo de lo que el presente, cuando pasado, me hará el futuro". 

En la página 294 cita a Jardiel Poncela: "La medicina es el arte de acompañar con palabras griegas y latinas al sepulcro"







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