Si alguien les pregunta por él,
díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa
acaso ya nadie reconozca su rostro;
díganle también que no dejó razones para nadie,
que tenía un mensaje secreto, algo importante que decirles
pero que lo ha olvidado.
Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra parte del mundo,
díganle que todavía no es feliz,
si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se fue con el corazón vacío y seco
y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o el perdón
y que ni él mismo sufre por eso,
que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él mismo,
que tantas cosas que vio apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto,
díganle que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un día de sol,
díganle que hubo palabras que le hicieron creer en el amor
y luego supo que el amor dura
lo que dura una palabra.
Díganle que como un globo de aire perforado a tiros,
su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni siquiera está desesperado
y díganle que a veces piensa que esa calma inexorable es su castigo;
díganle que ignora cuál es su pecado
y que la culpa que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato del problema
y díganle que en ciertas noches de insomnio y aun en otras en que cree haberlo soñado,
teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que le queda
y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz
y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho de vino en noches de lluvia
siente cierta alegría pueril por su inocencia
y díganle que en esas ocasiones dichosas habla a solas.
Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas en sus ojos
y una planta de moras sembrada en su estómago y una serpiente enroscada en su cuello
y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida honradamente,
de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas ceremonias en las que no creerá
y díganle que se llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches,
ciertas complicidades mal entendidas
y el recuerdo de dos o tres rostros que siempre vuelven a él en la oscuridad
Nocturno, vals, mazurka, polonesa Darío Jaramillo Agudelo
Con este piano conozco la dulzura única de un tiempo mío,
tiempo sin fecha y sin memoria,
todo fue, todo es, todo será
este flujo, este juego, esta caricia del piano.
Tiemblo de emoción, aplaudo el encore de Malcuzinski
y vitoreo y aún floto,
alucino entre valses y nocturnos.
Germán a mi lado tiene 16 o 17 años
y yo soy eterno ya,
mortal y eterno como Germán mi amigo de la infancia.
¿Es tan ridículo llorar de la alegría?
¿Puedo confesar este perfume de violetas,
admito mi cielo azul adentro, mi agua fresca en el alma?
Mañanas tranquilas bajo un sol indulgente:
se oye correr el agua, el piano muestra bosques,
verdes campos de cultivo, vacas mudas con ubre generosa.
Chopin hace el milagro.
Chopin detiene minutos y hemorragia.
Chopin es un sedante, sólo este piano y los restos de vida.
El piano, el tres por cuatro del vals atándome a la vida,
Chopin en mi oído anunciándome la lejanía de la muerte.
La música me lleva de la mano
por fuera del tiempo y por dentro,
por encima de mí,
viéndome otro me lleva de la mano,
soy uno que se aburre, uno que llora,
otro -el más miserable- que con ansias espera:
ninguno de ellos mientras el vals me lleve de la mano,
el vals sopla brisas de paz en mis entrañas,
me enseña a transcurrir,
todo llega, me repite el vals irrepetible siempre,
el vals irrepetible me cuenta la historia de otro más sereno que seré,
en una clave sin acosos me repite algo que todavía ignoro,
otro aprendizaje elemental que no percibo,
Darío Jaramillo Agudelo
Entre mi corazón la penumbra de una calle,
una reliquia, un aguijón, el eco de una voz.
Entre mi corazón -entre mi herida-,
una caricia, el murmullo del amor.
Entre mi corazón -el desdeñoso-,
la luna, un retrato, uno o dos nombres,
el desamor también en mi cloaca.
En mi corazón la raíz del insomnio y de la ira.
Entre mi corazón, hecho de fiebre,
mi soledad y mis hermanos.
Entre mi corazón la pesadilla y el infierno,
allí la leve dicha y la esperanza.
Entre mi corazón alucinado, insecto de la noche,
la ebriedad del instante,
la revelación y la pureza,
el abatimiento en mi más roja entraña,
el estupor y el entusiasmo en mi silencioso corazón.
Entre esta oscura claridad, entre este vértigo,
todo mi pavor, toda mi pena,
todo el desprecio entero y el amor,
toda la embriaguez y la locura.
Nunca ninguna fe en mi corazón ansioso.
Ay, mi delirante corazón,
ay mi corazón sin asidero.
OTRA ARTE POÉTICA UNA: EL TIEMPO Sobre la geometría del tiempo este poema que recorre la fría piel de los minutos que ni esperan ni acosan,
sobre la línea de los días sembrados en la metálica luz de los muertos, florecidos a punta de tanta vida que recorre sus venas de clepsidra.
Sobre el tiempo este poema asomado de reojo a la muerte,
sobre el tiempo hermano de la nada,sobre el tiempo ingrávido gravitando sobre mi cabeza y sobre la cabeza de mi hermano,
sobre el tiempo este poema,
sobre el tiempo que camina por encima de las aguas y pasa a través de los blancos jardines de yeso de las regiones del norte,
sobre el tiempo olvidado de los juegos de la tortuga y Aquiles,
sobre el tiempo despiadado el asombro impotente del poema,
sobre el silencio que es la música del tiempo terminado y constante y exacto,
teorema de las flores que nacen medidas por el día,
teorema del deseo y la culpa capturados en el largo insomnio de la noche puntual,
de la agorera, lenta noche,
sobre el tiempo inmensurable, midiendo el cambio de piel de las serpientes,
sangrando sobre la sombra del olvido,
sobre el tiempo este monótono poema,
sobre el tiempo que continúa más allá de la vana palabra del poema.
Poema del libro Tratado de retórica (1978).
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