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miércoles, 11 de abril de 2018

Jorge Carrera Andrade, desde el Ecuador al vuelo de las aves

Edición de la tarde
(poeta quiteño - vivió de 1903 a 1978)


La tarde lanza su primera edición de golondrinas
anunciando la nueva política del tiempo,
la escasez de las espigas de la luz,
los navíos que salen a flote en el astillero del cielo,
el almacén de sombras del poniente,
los motines y desórdenes del viento,
el cambio de domicilio de los pájaros,
la hora de apertura de los luceros.
La súbita defunción de las cosas
en la marea de la noche ahogadas,
los débiles gritos de auxilio de los astros
desde su prisión de infinito y de distancia,
la marcha incesante de los ejércitos del sueño
contra la insurrección de los fantasmas
y, al filo de las bayonetas de la luz, el orden nuevo
implantado en el mundo por el alba.





Amigo de las nubes

Forastero perdido en el planeta
entre piedras ilustres, entre máquinas
reparto el sol del trópico en monedas.

Ciudadanos de niebla, hombres del viento
y del disfraz azul, de la alcancía
y del dios de los números:
Yo leo en vuestras máscaras floridas.

Manjar de espinas con sazón de hielo
me brindáis cada día. Nada os pido
cínicos hospederos de este mundo,
guardianes de un incierto paraíso.

Mercaderes de avispas:
Soy hombre de los trópicos azules.
Os espío por cuenta de la luna.
Soy agente secreto de las nubes.






 
Biografía

La ventana nació de un deseo de cielo
y en la muralla negra se posó como un ángel.
Es amiga del hombre
y portera del aire.

Conversa con los charcos de la tierra,
con los espejos niños de las habitaciones
y con los tejados en huelga.

Desde su altura, las ventanas
orientan a las multitudes
con sus arengas diáfanas.

La ventana maestra
difunde sus luces en la noche.
Extrae la raíz cuadrada de un meteoro,
suma columnas de constelaciones.

La ventana es la borda del barco de la tierra;
la ciñe mansamente un oleaje de nubes.
El capitán Espíritu busca la isla de Dios
y los ojos se lavan en tormentas azules.

La ventana reparte entre todos los hombres
una cuarta de luz y un cubo de aire.
Ella es, arada de nubes,
la pequeña propiedad del cielo.






Inventario de mis únicos bienes


La nube donde palpita el vegetal futuro,
los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la oleografía de una calabaza pintada por los negros.
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un relámpago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,
la patrulla perdida de los pájaros
-esos grumetes blancos que reman en el cielo-,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana -mi propiedad mayor-,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra a las habitaciones con su gabán mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho de un vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.






Golondrinas


Que me busquen mañana.
Hoy tengo cita con las golondrinas.
En las plumas mojadas por la primera lluvia
llega el mensaje fresco de los nidos celestes.
La luz anda buscando un escondite.
Las ventanas voltean páginas fulgurantes
que se apagan de pronto en vagas profecías.
Mi conciencia fue ayer un país fértil.
Hoy  es campo de rocas.
Me resigno al silencio
pero comprendo el grito de los pájaros
el grito gris de angustia
ante la luz ahogada por la primera lluvia.






Yo soy el habitante de las piedras sin memoria, con sed de sombra verde;
 yo soy el ciudadano de cien pueblos y de las prodigiosas Capitales, el Hombre Planetario,
 tripulante de todas las ventanas de la Tierra aturdida de motores. Soy el hombre...


Viaje de regreso

Jorge Carrera Andrade 
Mi vida fue una geografía que repasé una y otra vez, libro de mapas o de sueños.
 En América desperté. ¿Soñé acaso pueblos y ríos? ¿No era verdad tanto país?
 ¿Hay tres escalas en mi viaje: soñar, despertar y morir? Me había dormido...


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Nada nos pertenece
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Cada día el mismo árbol rodeado
de su verde familia rumorosa.
Cada día el latir de un tiempo niño
que el péndulo mece en la sombra.
              
El río da sin prisa su naipe transparente.
El silencio camina a un inminente ruido.
Con sus deditos tiernos
la semilla desgarra sus pañales de lino.
              
Nadie sabe por qué existen los pájaros
ni tu tonel de vino, luna llena,
ni la amapola que se quema viva,
ni la mujer del arpa, dichosa prisionera.
              
Y hay que vestirse de agua, de dóciles tejidos,
de cosas invisibles y cordiales
y afeitarse con leves despojos de palomas,
de arcoiris y de ángeles.
              
Y lavar el escaso oro del día
contando sus pepitas cuando el poniente herido
quema todas sus naves y se acerca la noche
capitaneando sus oscuras tribus.
              
Entonces hablas, Cielo:
Tu alta ciudad nocturna se ilumina.
Tu muchedumbre con antorchas pasa
y en silencio nos mira.
              
Todas las formas vanas y terrestres:
El joven que cultiva una estatua en su lecho,
la mujer con sus dos corazones de pájaro,
la muerte clandestina disfrazada de insecto.
              
Cubres toda la tierra, hombre muerto, caído
como una rota jaula
o cascarón quebrado
o vivienda de cal de una monstruosa araña.
              
Los muertos son los monjes de la Orden
de los anacoretas subterráneos.
¿La muerte es la pobreza suma
o el reino original reconquistado?
              
Hombre nutrido de años y cuerpos de mujeres
cuando Dios te espolea te arrodillas
y sólo la memoria de las cosas
pone un calor ya inútil en tus manos vacías.

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