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jueves, 12 de mayo de 2016

Aprendiendo a desafiar la palabra, Martha Quiñones




Sin mayores preámbulos es una poeta. Sus poemas son sueños y sus sueños son sus reacciones. Está atenta, en la jugada, día a día, desde el saludo escruta tu alma y cual volcán conoces sus contradicciones. Es una mujer que no le tiene miedo a las palabras y odia a los defensores de la falsas prudencias. Si me preguntan en algún momento de la vida si conozco a alguien que viva con toda la intensidad posible, he decir decir que sí, que se llama Martha Quiñones. Una mirada directa como deben mirar las balas, no tiene ambigüedades, no sabe de dilaciones ni pre-textos. Va al grano. Su ternura con los niños y con los animales contrasta con la dureza con la cual cuece a los adultos, si los pudiera moler, no dudaría pero tampoco entraría en contradicción. No sabe de compasiones pero se la juega en lealtades y solidaridades. Es una amiga en toda la dimensión de la palabra me lo dijo Beatriz Botero al borde de su ACANTILADO.



Lo mejor de Martha de Apartado es que no sabe disimular y no le interesa aprender. Le gusta consultar en los diccionarios y rastrea con la insistencia del sabueso la etimología de las palabras y las emplea con alta precisión. Sin consideración ni alevosía. Su poesía la llevo al Africa y la devuelve a su patria chica cada vez que se le requiere. Sabe ser igual de sus iguales y me hizo llorar con su poema a Bertha. Un poeta debe decir sin titubeos y esa pauta es norma de vida para esta mujer que saluda a golpes como el sol veraniego y abrasa con el fuego del fondo de la tierra. Leamos este ocho:

VIII

Entre el pan y la grieta
se interpone el abismo
sostenido en una exclamación

la boca clama para que el pan llegue
el pan humedecido por la brizna
se queda en el aire

las salivas
van al estómago
regresan a su origen

la batalla se libra
entre el pan que no llega
y la boca que se abre



O cuando leemos el poema diez y seis:


XVI

escribo el encuentro
que le promete
el pan al hambre

un hombre parado
frente a los gruesos vidrios
ve su imagen
devorando un pan de miel

triste se muerde un dedo

alguien detrás del vidrio
empuja la masa en su garganta
con una cola

el hombre comienza a caminar
ya no es un pan
es un hambre
que le aruña todo el cuerpo



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