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miércoles, 21 de junio de 2023

Tras las huellas de un hombre de ciencia, va el poeta




Pondré mi oído en la piedra hasta que hable / William Ospina. Bogotá: Random House, 2023 - 358p.

Puedo sugerirle esta lectura para este mes. Algunas de sus ideas que resalto donde el poeta subraya las huellas del explorador, del investigador, del constructor de respuestas... De los subrayados de un lector curiosos: 1. "... a dónde vamos es algo que deciden los hombres, pero a dónde llegamos a menudo depende de las tempestades" (pp. 129). - 2. Dice el biógrafo sobre el biografiado quien "llevado siempre por la urgencia de abandonar lo ya visto  y de seguir buscando en lo desconocido"  (pp. 123) - 3. Una opinión del poeta y biógrafo sobre Humboldt: "Es muy común que el que recibe mucho no aprenda a agradecer, pero Alexander sometió su cuerpo y su espíritu a un nuevo y riguroso aprendizaje de todo lo elemental" (pp. 117) -  4. Otra vez el poeta que admira al personaje sobre el cual escribe, al cual nombre como a un personaje con el cual convive y de quien asevera: "hay siempre tres frutos de nuestro trabajo: el que permanece en nosotros, el que logramos compartir con los demás y el que entregamos a las corrosiones del tiempo" (pp.103) - 5. "Nada muévela curiosidad como escuchar en la víspera los relatos de u mundo al que se está a punto de llegar" (pp.89) Esta última expresión sustenta las actividades de horas del cuento. Téngase presente que una de las instituciones cofundadoras de Unitrópico lleva el nombre de este prestigioso hombre de ciencia: Alejandro Von Humboldt, curioso, arriesgado, constante viajero, desafiante,   Es un libro para leer individual y colectivamente y volverlo a re-leer y re-leer, ¡qué dicha! EMIRO



Alexander von Humboldt

de William Ospina (De: El país del viento)


¿Sabe la rosa que la espina podrá defenderla
vulnerando la piel del que ataca?
¿Sabe la ceiba que lanzando a volar sus semillas en una gasa leve
lejos germinarán en suelos más propicios?
¿Dónde termina cada cosa y empieza su designio?

Veo entre rayas de luz el trazo delicado de las naves
en la catedral silenciosa
y las comparo con la forma de una orquídea salvaje,
veo el trazado blanco de las nervaduras sobre la hoja
y pienso en las rayas del caballo africano,
y pienso en el blanco trazo de las costillas,
y me pregunto por qué tienen la misma forma el ojo y los planetas,
por qué la honda extensión de las montañas parece un oleaje.

A solas me pregunto
¿Respiran de otro modo las plantas de follaje rojo?
¿Tienen alma las piedras?
¿Es un lenguaje el color de las flores?
¿Por qué el aceite al caer el agua forma perfectos círculos?

Ahora bien, si somos iguales los hombres,
¿Por qué tanta insistencia en prodigar diferencias?
¿A qué tanto cuidado por la forma
hecha para borrarse como una nube?

Mi cielo está dorado de preguntas.
Aún lo espero todo de la piedra y las olas.
Pondré mi oído en la piedra hasta que hable,
hasta que ceda su secreto de cohesión y firmeza,
de indiferencia y persistencia.

Cuerpo que busco son noches los cabellos, son estrellas los ojos, un juego
retórico, hay rigor en mi mente,
el vientre es el océano.
Estoy juntando las estrellas de mar y de río
y persigo el secreto de sus irradiaciones.

Esta es la ávida región de los buscadores insomnes,
después de tan cerrada eternidad,
entro por fin al bosque donde florecen los misterios.
Me atraen por igual los discordes secretos
de la voluptuosidad y de la enfermedad.
Esta es la tierra prometida,
y el orden que la rige está mejor guardado que la perla más honda.

Aquí toda verdad proyecta largas sombras,
toda revelación multiplica el misterio
y toda desnudez es encubrimiento.
Nada me falta, nada pido, este es el asombroso mundo que quiero.
Los bosques centenarios están pensando y un Dios habita en ellos,
un animal fantástico alza sus mansos ojos sobre la hierba
y siente que le llega al corazón la punta de oro frío de la estrella.

Entré en las místicas cavernas donde se amontonan por millares los pájaros
he pasado una noche con el cuerpo sumergido en el río
y sólo la cabeza expuesta al aire negro de mosquitos,
llevo en el corazón las horas de un naufragio
y el alegre descenso de las canoas raudas por el Orinoco
hacia lugares llenos de crepúsculo,
y el peligroso avance sobre las mulas por las altas comisas del Quindío
y el esplendor de un vuelo frío de pájaro sobre las nieves perpetuas.

¿Qué luna es ésta que gira sin fin en tomo de mi carne?
¿Qué fascinante muerte combato sacudiendo estos ramajes
cargados de hechizos?
¿Qué vacío interior que no colman siquiera las estrellas innumerables?

Voluptuosidad de conocer, no me apartes jamás
de los propósitos de la tierra.
Haz que yo sea siempre el discreto aprendiz de este anciano milenario.
Y que mi mano no sueñe jamás con hacer más bella a la rosa,
más brillante a la estrella.






La familia y su presencia - testimonios literarios
 El autor  William Ospina nos regala un relato más allá de los tiempos vividos, caminos del alma de los románticos,  añoramos tiempos idos para  comprender este hoy, que se nos va como el agua entre los dedos. Es un ejercicio muy costoso hablar y/o escribir sobre la familia de uno, pero cuando se toma conciencia de que la familia de uno fue también la familia  de un país y mucho más allá, no le queda más remedio que escribir la historia de nuestra cuna y eso , creo, fue lo que le paso a William Ospina. Hasta hace poco,  el interés por Nuestra Patria Chica como tema,  era irrisorio. Si escribiéramos más así, nuestra cultura era respetada y alabada.
 En la literatura abundan muchas historias de familia. Es una tradición en la literatura colombiana, hablar de la familia:
  • Cuatro años a bordo de mi mismo de Eduardo Zalamea Borda, 
  • La Casa de las dos palmas de Manuel Mejía Vallejo, 
  • El Olvido que seremos de Héctor Abad Facciolince, 
  • He visto la noche de Manuel Zapata Olivella
  • Lo que no tiene nombre una novela de Piedad Bonnett 
  • La vieja casa de calle Maracaibo de María Cristina Restrepo
y ahora, en junio de 1919  llega a las  librerías y bibliotecas y a los  lectores una nueva versión de la familia colombiana: GUAYACANAL de la pluma de William Ospina, poeta, ensayista, novelista, escribe para varios periódicos y revistas nacionales e internacionales, ea intelectual colombiano que  hoy nos recrea las nuevas lecciones del arte y la literatura, con su pluma nos ayuda a comprender a los actuales contextos. En novela es el autor de la saga: Ursúa, El país de la Canela y los ojos de la serpiente. En ensayo, es clásica su pregunta ¿Dónde está la franja amarilla?. También lee con pasión y amor amor la poesía del páis y nos señala grandes hitos de nuestra poética: Por los países de Colombia. En YouTube puede encontrar sus páginas escritas para el periódico El Espectador de Bogotá y leídas  por el mismo autor. William Ospina es el autor con el cual hoy Colombia puede contar. También encuentra las conferencias que dicto en la Universidad Nacional con motivo de los ciento veinte años de nacimiento de Jorge Luis Borges.


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¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?

poema de William Ospina

Si tú me vieras caminando a esta hora hacia el río
me dirías: mujer ¿en dónde está tu hogar? ¿dónde tus hijos?
¿Dónde los sacos de lana, el tambor de bordar, la sartén en el fuego,
el té del atardecer, las cortinas de flores, las lámparas con su limitado crepúsculo?
¿Dónde las tardes sepia de las fotografías?
¿Dónde la soledad que el fonógrafo arrulla?
¿Y el cofre con las cartas y las blusas de seda
y el gato que se ovilla sobre el piano como un pacto secreto con una
selva antigua?

¿Y qué podría responderte yo, hermoso viajero invisible?
Hombre o Dios que imagino para que me interrogues en esta
hora extrema.

Sí sueño tus labios latinos, no habrá besos en ellos sino terribles
preguntas
Si sueño tus ojos de hogueras distantes no encontraré ternura
en su mirada.
Si sueño desnudo tu pecho, y enorme en el cielo, sobre las dudas
de la guerra y del Támesis,
oiré palpitar en el fondo un corazón valeroso y ausente.

Tú tienes el deber de ser valiente; la guerra cierra sus alas sobre
Inglaterra.
Tú tienes el deber de vigilar las bandadas de hierro, la basura
del cielo, los pájaros del Führer.
Tú tienes el deber de salvar a Inglaterra, de salvar de la peste
del odio piedras y almas.
Para mí se han cerrado los caminos, se han cerrado los días, las
flores;
en el jardín los picos de los últimos pájaros ya por última vez
dialogaron en griego,
y entendí que algo más triste que la guerra, más triste que la
codicia y el odio
se está cerrando lentamente sobre los mudos cielos de mi alma.

Tal vez todo está bien, tal vez así fue el mundo siempre.
Monstruosas cabalgatas con sus lunas de cráneos aplastando las
pequeñas ciudades
que intentaron un poco de fe y un poco de belleza y un poco de
orgullo
frente al sollozo interminable del mar.
Reyes y santos y pontífices que no sienten que hielan sus rostros
los vientos inicuos.
Y un desamparo de jardines sin sol, cuya humedad recorren con
sus corazas rotas los ciegos caracoles.

¿A quién le estarán explicando estas cosas mis labios?
¿Quién estará llenando con su forma ilusoria mis últimos instantes?

Oh piadoso testigo, resto tal vez de un sueño.

Último moro de labios triunfales, ofrecedor del último violín
de la noche.
Tú que no has existido jamás, y sin embargo,
llenas con tu presencia mi camino hacia el río,
la pesada labor de recoger estas cómplices piedras
Que he puesto en mis bolsillos, las muchas, negras, firmes,
antiguas, prodigiosas, inexplicables piedras,
cuyo peso tasado por Dioses ya imposibles,
me retendrá en el fondo de las aguas.

Tú que incesantemente, sensual hijo de mi alma,
reiteras tus preguntas, tus gritos, tus reproches,
tratas de arrebatarme mi secreto que ignoro,
demorarme en la tierra
que se están disputando los verdes rojos ácidos venenos,
los sonoros cuchillos, los ángeles horrendos.
Tratas de retenerme pero ya nada soy
que pueda herir el mundo.
Fui el alma de mi patria una mañana;
hice sonar de estrella a estrella, hice sonar de espuma a espuma,
hice sonar de sueño a sueño la sensitiva lengua inglesa;
dije a las hondas madres sumergidas
tan hermosos secretos,
que una a una se alzaron del mar con sus flores de púrpura,
tremolaron hilarantes y hermosas entre las nubes de oro,
y perfumaron de hierbas salvajes las cavernas de agosto.
Pero ya nada soy, hombre o duende que enredas mis pasos
para que nunca encuentren la orilla del río que debe arrastrarme.
Las ninfas de las aguas morderán estas manos,
masticarán mis cabellos como una hierba misteriosa y nocturna.

Como el gato que escapa hacia la selva
escapó de la lámpara el crepúsculo;
el piano enloquecido cantó una tonada brutal al fulgor de las
bombas
y va por las cortinas el incendio marchitando las rosas de Morris.

Ya sólo soy el peso de estas piedras,
las piedras que arrojaban las hondas de los padres antiguos,
restos despedazados de una ciudad de los tiempos de Alfredo,
piedras que hicieron tropezar a los potros romanos,
piedras de indescifrables inscripciones
que puso en estos bosques un Dios inaccesible,
que sembró en estos bosques, antes que hubiera humanos,
un poderoso ser
para
ayudarme.









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