Algún día nos fundiremos, lo sé. Algún día atravesaremos las paredes del miedo para
unirnos; aunque estemos viejos y arrugados. Puede ser que una vez baste para sacarte
de adentro. Y entonces, ya no te veré en las esquinas, ya no te colarás en mis sueños.
(Un vestido rojo para bailar boleros 50)
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![](https://images-na.ssl-images-amazon.com/images/I/51MNGV7XT9L._UY250_.jpg)
Quiero amarte. Todo mi yo lo está gritando, mi piel, mi mente, mis brazos, mis manos, mi boca, mis senos, mi sexo. Has aplazado este encuentro hasta el infinito y cuando ocurra, el alarido del éxtasis retumbará en esta vieja casa por otros trescientos años. (Ibíd. 88)
![](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_tDf0KwZmlST-rTiMQTgwIewNpk4eay1whYFeuiYAuJKkIdUMZmFepZW2ycg5x4m51lO3ZVhk-K_Z0sWCNgq9hfd3bj9-TfokOWyPB4HnmzgKHpI3V4xOs5BDBT9udv-vN9Cg=s0-d)
Desesperada te envié un nota: “Pendejo ¿qué se hizo? me hace falta, ¡venga!”. Pasaron los días y no fuiste […] Así que seguí yendo a aquel café, porque, después de todo, ¿Qué más hacer, en esta ciudad gris, sino tomar tinto y esperarte? (Un vestido rojo para bailar boleros 15-16)
Pero no podía olvidarte. No lograba concentrarme en el trabajo. Comencé a perder las llaves, a meter la loza sucia en la nevera y el pan en el lavaplatos, a reírme a destiempo, a llorar por cualquier cosa, a comer compulsivamente. (Ibíd 15-16)
Entonces recurrí a la maga que me echó las cartas, al brujo que me leyó el tabaco, al siquiatra que me analizó y todos me dijeron que te olvidara. (Ibíd. 16)
Graciela no volvió a recibir cartas de su novio en Paris, Armando no vino a visitar a Piedad, el Presidente dejó de hablar todos los días en la radio —el país desconcertado se sintió huérfano, sin camino— y tú no regresaste al café donde solíamos encontrarnos. (Un vestido rojo para bailar boleros 14)
La tormenta solar/ impidió que los aviones volaran;/ los trenes perdieron los horarios/ los teléfonos y las computadoras/ callaron./ ¿Tendremos que regresar/ a las palomas mensajeras y a la telepatía? (Retazos en el tiempo 47)
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La domadora del tiempo
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Quiero amarte. Todo mi yo lo está gritando, mi piel, mi mente, mis brazos, mis manos, mi boca, mis senos, mi sexo. Has aplazado este encuentro hasta el infinito y cuando ocurra, el alarido del éxtasis retumbará en esta vieja casa por otros trescientos años. (Ibíd. 88)
Desesperada te envié un nota: “Pendejo ¿qué se hizo? me hace falta, ¡venga!”. Pasaron los días y no fuiste […] Así que seguí yendo a aquel café, porque, después de todo, ¿Qué más hacer, en esta ciudad gris, sino tomar tinto y esperarte? (Un vestido rojo para bailar boleros 15-16)
Pero no podía olvidarte. No lograba concentrarme en el trabajo. Comencé a perder las llaves, a meter la loza sucia en la nevera y el pan en el lavaplatos, a reírme a destiempo, a llorar por cualquier cosa, a comer compulsivamente. (Ibíd 15-16)
Entonces recurrí a la maga que me echó las cartas, al brujo que me leyó el tabaco, al siquiatra que me analizó y todos me dijeron que te olvidara. (Ibíd. 16)
Graciela no volvió a recibir cartas de su novio en Paris, Armando no vino a visitar a Piedad, el Presidente dejó de hablar todos los días en la radio —el país desconcertado se sintió huérfano, sin camino— y tú no regresaste al café donde solíamos encontrarnos. (Un vestido rojo para bailar boleros 14)
La tormenta solar/ impidió que los aviones volaran;/ los trenes perdieron los horarios/ los teléfonos y las computadoras/ callaron./ ¿Tendremos que regresar/ a las palomas mensajeras y a la telepatía? (Retazos en el tiempo 47)
La domadora del tiempo
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